Podría
deducirse, por lo poco que atiendo esto, que me he quedado sin
opinión de un tiempo aquí, pero no es eso. Es que siento una
especie de contención ante el sentir tanto que opinar. Es como
saberse muy enfadado y quedarse quieto para no hacer algo de lo que
tener que arrepentirse más tarde. Es auto control, probablemente.
Creo que estamos todos más o menos igual, unos con más o menos
cosas que hacer, otros con más o menos cosas que decir, da la
impresión que la fuerza de los acontecimientos políticos nos están
pasando factura y parecemos tocados por una etérea maldición que
nos esta convirtiendo en estatuas de sal, en castigo a nuestra
insaciable curiosidad. Supongo, que es por eso, que da la sensación
que tras el fulgor de curiosidad saciada nunca pasa nada.
Pero también
pasa que a no todos nos han educado igual, que no todos hemos vivido
bajo determinadas circunstancias, y que no a todos nos funcionan los iguales métodos de autodefensa, y mientras algunos deciden sostenerse
en la paciencia otros ansiamos aturdirnos en la impaciencia. Y pasa
que algunos consideran normal lo que a otros nos parece descabellado,
y también sucede que cuando algunos dicen que tenemos lo que nos
merecemos otros sabemos que algunos nunca tendrán lo que merecen.
El domingo
he visto la película de Spielberg dedicada al presidente de EEUU
Lincoln que consiguió abolir la esclavitud de los negros. Iba un
poco desanimada a verla debido a la mala critica que escuche en la
radio. No sé en que medida es técnicamente perfecta, o ha sido
edulcorada por la admiración que el conocido director siente hacia
el personaje, lo desconozco, pero sé que 180 minutos me parecieron
media hora. Se que entendí un poco más el sentir de orgullo que
sienten los ciudadanos estadounidenses, y sé lo lejos que seguimos
estando de éste ni de las razones que lo han avivado. Sé que me
emocione en algunos de los diálogos de la película, y sé que el
acatamiento, la rigurosidad y la tolerancia no siempre son buena
compañía de los grandes logros.