A unos les convence el horóscopo astral, conozco a un destacado empresario que confiesa se guía por el horóscopo chino (no le pregunté para qué), también he oído hablar de la numerología , lo que ignoraba es que también nuestra fecha de nacimiento estuviera relacionada con los arboles. Según el horóscopo Druida, (una especie de sacerdotes intelectuales celtas que eran consejeros) todos estamos conectados con un árbol. Si no tienes nada mejor que hacer, busca cual te protege e influye, igual encuentras algo parecido a la realidad (no me hago responsable del qué)
El álamo, abedul, abeto, arce, avellano, castaño, fresno, el tilo, el manzano, etc…
Ha amanecido muy nublado. Miedo de que acabe en tormenta. Por fin despeja y partimos hacia una zona del Urgell que hemos rozado muchas veces y nunca abrazado. Miedo, igualmente, a encontrar un exceso de tráfico. Para nada. Ni llueve ni hay mucho trafico al salir ni al regresar al día siguiente a pesar de estar en el conocido puente de la Mare de Deu d’Agost. Dos horas nos separan del sitio y en dos horas lo alcanzamos a pesar de haber tomado, al final, el camino más lento. Una carretera de curvas que sube un pequeño collado y después desciende levemente hasta Prats del Rei. El error ha sido un acierto porque casi hemos tocado los blancos molinos que empuja Eolo y que invaden sus alcores. Vistos de cerca son menos atractivos pero más solemnes. Nos quedan quince minutos más o menos hasta Oliana y de allí a nuestro destino es un abrir y cerrar de ojos. Hemos llegado y atravesado un puente dudoso a simple vista, aunque al cruzarlo has de dejarte transportar por el gusto de pasarlo y nada más. Lo cruzan al cabo de año, imagino, varias veces sus habitantes mientras piensan en sus tareas sin fijarse en él. Llegamos los quemakos y con nuestra llegada las montañas, el pantano, los riachuelos, el boscaje, los senderos y hasta el mismo puente, recobran el protagonismo que anhelan y recuperan su inmodestia gracias a nuestro pasmo. Un camino estrecho y largo sin poblar y enfrente las majestuosas montañas impasibles velan por el pequeño y encantador hotel que nació como masía en 1763. Solo será una tarde, una noche y parte del otro día, hay que conocer el sitio y visitar a quienes nos esperan desde hace más de cinco años. Aprovechamos la tarde porque es esplendida aquí. Primero la pendiente visita y luego tomar el Passeig de les Fonts. Todo caminando. Entre ir y volver son casi 6 kilómetros. 6 kilómetros en plena montaña son más que los mismos en la ciudad. El aire es más denso, lo que observas permanece estoico y no hay semáforos ni nadie ni nada que esquivar. Un joven perro corre a nuestro alrededor. Parece perdido. ¿Sí o no? A veces lo parece y otras parece correr poseído tras los pajarillos que nunca alcanzará si ellos no cesan en su revoloteo. No lo harán y el perro anda más que perdido, asustado. Una voz se escucha desde lo alto: Cono! Cono! Si en vez de ser femenina fuera la voz de un hombre tendríamos que haber prestado un poco mas de atención para distinguir si gritaban al perro o no. Aullo: Aquí, abaix, hi ha un gos! Vuelvo a gritar: Hi ha un gos negre! Se suman ahora los demás y por fin alguien, probablemente su dueña, nos escucha. El perro sigue atolondrado, casi asmático corriendo a nuestro alrededor y tras el vuelo de quien nunca alcanzará. Su dueña aparece y corro delante del perro para que el perro corra tras de mí. Por fin la ve. Por fin lo ve. Seguimos nuestro camino hasta el hotel. Solo quedan unos dos kilómetros para llegar. Un baño, una cena con chaqueta en el exterior y pronto a la cama. Es la noche ideal para abrir el libro que siempre retomas y siempre abandonas. Cuatro páginas y el sueño se apoderan de mí. Cae el libro, cae la noche y caigo rendida esperando el amanecer bajo el amparo de estas arrogantes montañas que quién sabe de qué profundidad surgieron y porqué, una vez. Despierto a las siete y levanto un poco la persiana porque es automática y no hace ningún ruido. El día es esplendido. Me iría a caminar para poder gozar del desayuno que me han explicado nos espera. Pero decido volver a la cama y extrañamente vuelvo a dormirme. Nos despertamos a las 8 y media, desayunamos y esperamos que quienes nos acompañan lo hagan mientras leemos el periódico fuera. Los huéspedes del hotel, van apareciendo espaciosa y lánguidamente y los niños no lo harán hasta pasado un tiempo. Los niños, estoy segura que disfrutan en este lugar y les atrae la oscuridad de la noche más que lo que enfoca el sol porque en ella puede asomar alguna cosa extraña que les haga ir y venir cien veces, y huir como posesos hacia el regazo de su madre o el brazo de su padre: Papa,papa, hi ha un gos negre amb ulls grans que brillen, allà, amunt! (Es un perro atado a una caseta que guarda, el lugar, supuestamente , en un rincón poco iluminado a unos metros de la terraza donde estamos que a los 4 años parecen kilómetros). Esta mañana hemos llegado hasta Coll de Nargó y Organyà. Todo al abasto en medio día. Después de comer nos sentamos fuera otra vez, esta vez para tomar el café antes de partir hacia casa y se nos acerca un hombre anciano, de caminar erguido y muy alto vestido con pantalón beige, camisa negra y cubierta la cabeza con un jipijapa. Nos saluda, le saludamos. Empieza de manera prudente a interrogarnos y acaba explicándonos historias propias y del entorno. Se trata del dueño del hotel. El mismo señor que ayer por la noche, paseaba sus largas piernas cubiertas con un pantalón oscuro, americana azul cielo y camisa y corbata también oscuras. Mientras nos explica, dejamos escapar alguna risa y fugaces comentarios. Reímos porque son curiosas sus anécdotas. Nos cuenta que a los 67 empezó a hacer todo tipo de deportes de riesgo. Hasta volar en un ultraligero en el intento de despuntar por aquel esplendoroso paisaje. Lo he probado todo- sigue comentando- . Hasta que un día estuve a punto de perder la vida. Aterricé, lo guarde en el garaje y me mire de abajo arriba: Estoy bien, soy fantástico- reflexionó- Insensato hombre, ya jubilado que vio las orejas del lobo después de reflexionar que debía y podía ir tras él. Los 67, es una magnifica edad para empezar algo obsceno, temerario o sencillamente pendiente, cuando los demás se toman la responsabilidad de continuar lo que tú has comenzado. Bien por él. Mientras pensábamos que se nos despedía, nos cuenta que no solo sabe chistes y hacer el loco, también escribe libros y poemas. Lo que procura el tiempo por estos lares… (Pienso) Le pregunto: Els escriviu vostè? (amparada bajo mis grandes gafas de sol) Si- responde-.
Les recitaría alguno, pero requiero a una mujer de ojos claros y mirada serena para inspirarme. Todos me señalan y tengo que descubrirlos sin entusiasmo para recibir algo que espero escuchar (ya se sabe que para recibir hay que dar previamente) . El poema :
Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.
Mi ignorancia y curiosidad hace que vuelva a preguntarle: Es seu? No, soy de la época en que leíamos a Cetina, Bécquer y Machado. Este es del primero.
Plases generales y admiración hacia aquel personaje curioso que a los noventa, sigue intentando lo mismo que intentó a los 30, 40, 50. Antes de despedirse de nosotros, alaba nuestro sentido del humor, no muy propio de los de ciudad- afirma-. Y antes de partir me voy otra vez al interior del pequeño hotel donde hay muchas fotos antiguas colgadas, de varias generaciones que no han pasado al olvido aún. Encuentro una del señor Pallarés a los treinta, más o menos, al lado de su mujer en delantal que sigue luciendo mientras pasea por las afueras de su casa, de noche. Él, presumido, galán, abierto y atrevido. Ella, discreta, ocupada y al pie del cañón mientras él sigue planeando sobre éste mismo paisaje. Mientras pienso en todo esto y algo más, ya estamos en casa.