Ciudades bálticas


Jugando a ser feliz de país en país…


Amsterdam
Ciudad interesante y peculiar atravesada por canales. Libertad controlada tras los cristales del barrio Rojo y repleto de curiosos turistas que según un licenciado en economía taxista que nos traslada del aeropuerto al centro, son los únicos que siguen cediendo a sus excesos. Pasear por sus calles es un placer a le vez que un pequeño riesgo porque las bicicletas son las dueñas. Sus bocadillos a la hora del almuerzo, generosos y una delicia. Ámsterdam no es cara, al menos comparándola con  lo que nos espera más adelante.


Copenhagen
El barco pasa de noche bajo el puente  Oresund, el más largo de Dinamarca que la une a Suecia por encima del mar (7,85 km construidos por Dragados, empresa española) . Espectacular. Sol en la capital danesa. Diseño  y arte expuesto en plena calle. Parada forzosa ante la Sirenita. Los japoneses acaparan el espacio para la foto.  Centro muy atiborrado de gente. Grandes almacenes y mucho ambiente. Llegamos hasta el Ayuntamiento, nos adentramos en un patio donde se conservan unos viejos edificios en los que aun viven pocas personas. Más tranvías, bicicletas y muchos bebes rondando por las calles en grandes coches de paseo en lo que van hasta 3 bebes sentados. 



Warnermunde (Alemania)

Parada larga para los que desean visitar Berlín que está a 2 horas y 45 minutos en tren-express Ida y vuelta 100€. .  El tren es puntual y la estación se encuentra a dos pasos del puerto. Llueve a mares y hace frío. Unos a Berlín y otros nos quedamos más cerca, en Wismar. Pequeña ciudad declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Al volver, un atasco por un accidente nos mantiene parados en una autopista más de 3 horas. El chofer nos informa que no hay demasiadas patrullas en las carreteras. ¡Increíble,  estamos en Alemania!

Tallin

 
Pequeña capital de Estonia que se recorre fácilmente caminando. Es domingo pero la ciudad se dispone para acoger a miles de pasajeros venidos en diferentes barcos que atracan hoy en su puerto. Oímos cantos y los seguimos hasta llegar a una iglesia ortodoxa en la que unos niños y jóvenes celebran un concierto. Cantan y tocan distintos instrumentos. Seguimos recorriendo le centro donde han dispuesto un mercadillo curioso. Llueve a ratos. Dos cafés y un vaso de agua cuestan 6,50 €. El IVA es del 20%.



Helisinky

Cuidadísima  y bella ciudad instalada alrededor del viejo puerto. Tranvías, autobuses, bicicletas conviven con algunos coches y mucha gente transitando a pie. Por fin vemos el sol un día entero. El nivel de vida es alto y solo es necesario tomar dos cafés cortados con leche para saberlo: 11€! Sin embargo, una petaca de guisantes cuesta 2€.  Son muy dulces. El muchacho que los vende pregunta en inglés de donde somos. De Barcelona. Libera de inmediato   un  “Visca el Barça” que resuena en todo el mercadillo.  Sigue su particular celebración haciendo gestos abajo el Madrid. Foto imprescindible del forofo culé vendedor de guisantes.
Chicos y muchachas del lugar trabajan sirviendo en cafés y restaurantes así como plantando flores en los jardines públicos o vendiendo cualquier cosa en los mercadillos ambulantes.  Es algo que venimos observando en todas las ciudades en que atracamos. 


Estocolmo

A la media hora de salir estamos mojados hasta las rodillas. Sopla un intenso viento y llueve  en la capital sueca,  nos refugiamos en uno de los muchos subterráneos comerciales de la ciudad. Estocolmo sabe lo que significa el frio para perjudicar al comercio y lo soluciona con estos complejos y calefacción en sus calles y terrazas. Los transportes públicos siguen siendo los protagonistas a pesar de que estamos en una capital de menos de un millón y medio de habitantes. Cogemos el metro y hacemos transbordo en la línea azul para conocer  las nuevas estaciones construidas en la periferia. Dignas de ver. Estocolmo como Copenhage y Helsinki son ciudades bellas y solidas. Todo parece ser perdurable en el tiempo. Seguimos por el casco antiguo a pie, aunque desistimos a las cinco horas por causa del mal tiempo. Otra vez será porque Estocolmo merece una visita a parte.


San Petersburgo                                                                                                                                                     


Inna es nuestra guía,  una muchacha rusa de  aspecto  dócil y quebrantable. Nada que ver con una colorida y rodona  matrioshka . Es alta, delgada y su andar es pausado. Su cara  refleja  bondad y resignamiento.  El día ha despertado plomizo, frio, y llueve a intervalos. Nos recibe con un semblante serio que poco a poco irá desvaneciéndose a medida que nuestros comentarios avanzan. Mientras nos descubre su ciudad,  hace comentarios de la vida en San Petesburgo que intentan mejorar nuestra inculta percepción de esta sociedad. Como nuestro interés no es alegórico ni esconde ningún divino provecho, nos habla de economía. No podía ser de otra forma siendo catalanes tres de sus huéspedes. Sabemos ya  lo que cobra un pensionista medio  (6.000 rublos que equivalen a unos 150 euros) . Sabíamos antes de venir que la mayoría de personas se respaldan en el  Estado y ella lo ratifica. Nos explica que solo alcanzan un sueldo digno los funcionares sean del sector que sean ya que, además, tienen una serie de ventajas de por vida como el seguro sanitario y viviendas más económicas así como una buena pensión (lo equivalente a 350€) .  Sabemos que la calefacción no es muy cara y que todas las viviendas, incluso las más humildes, disponen de ella y que siguen existiendo las comunales aunque pocas.   Sabemos lo que cuesta un apartamento, lo que cuesta un terreno en las afueras de la ciudad. Intuimos que la sociedad rusa tiene mitos en cada esquina y tradiciones que nos sorprenden, muchas de ellas, se relacionan con el casamiento que anhelan  sus muchachas  que ya no hacen bolillos pero siguen desojando margaritas. Pasamos rápidamente por un puente que cruza el  Neva. Cercamos distintas esculturas levantadas en cualquier plaza que honoran a los guerreros del país, a sus zares y poetas. Recorremos  espectaculares, por tamaño, edificios casi todos estatales y por calles amplias atiborradas de tráfico. San Petersburgo es inmenso y se ha de recorrer en coche o en metro  hasta llegar al centro. Tardamos otros 20 minutos  en situarnos en el Palacio de Anastasia. Hacemos cola antes de entrar al museo  aun estando guiadamente acompañados. Nos obligan a calzarnos unas pantuflas de papel para no deteriorar en piso de madera de dicho Palacio-Museo. Andamos por sus grandes salas, contemplamos sus riquezas en madera, cerámicas, lienzos, a la vez,   Inna nos explica el talante de su propietaria,  de sus sucesoras, sus escarceos  amorosos fuera y dentro del  matrimonio, de quien eran madres, hijas, amantes, sus miedos y anhelos,  y lo hace sin saltarse una coma. La Sala de los Espejos es más grande y más exuberante que la del Palacio de Versalles. La sala de Ambar está  forrada de esta resina modelada en forma de paneles que recubren sus paredes.  El Palacio empezó a construirse en el año 1717 por un arquitecto alemán y fue reconvertido varias veces hasta  su última reconstrucción que se encargó a un  arquitecto italiano en 1756.
Seguimos según el programa pactado desde Barcelona. Nos dirigimos, ahora, hacia Petergoff para contemplar El Palacio residencia de los zares hasta la Revolucion de Octubre de 1717,  sus espectaculares jardines y famosas fuentes. En uno de los paseos hay una fuente a modo de aspersor que regaba por sorpresa  a los invitados a su paso. Al ser la residencia de verano,  por este Palacio pasaron los embajadores y gobernantes extranjeros de todo el mundo y en él se celebraban exuberantes fiestas para impresionar a sus huéspedes, que entre grandes cantidades de vodka y otros incitantes, pactaban lo que fuera necesario y hablaban más de la cuenta.  Este Palacio también  fue saqueado por los alemanes durante la segunda guerra mundial. Sigue reconstruyéndose hasta el año 2007 y reconvertido en museo. Le pregunto a Inna hasta que punto inhumano llegó a someterse la dignidad de su pueblo  durante la segunda guerra mundial, me responde que su abuela le ha confirmado que no hubo canibalismo.
Seguimos en la ciudad y nos paramos en la catedral de Kazán, la Avenida Nevsky . Pido entrar en la Casa del Libro. La librería más grande de la ciudad erigida en 1902 por la conocida empresa alemana Singer.  Salirse del guión incomoda a Inna, aun así accede,  cruzamos la calle y nos adentramos 10 minutos en la librería. San Petesburgo no quiere olvidar y no mantiene la embajada alemana. Agotamos le ultima hora con un paseo  en metro. Una sola parada nos descubre otra  joya subterránea de esta descomunal ciudad. Mañana nos espera el Hermitage y el Palacio de Invierno.
Antes de mañana, salimos nuevamente guiados  a las siete de la tarde hasta las once de la noche,  no puede ser de otra manera sin visado. Se nos hace de noche aunque no haya oscurecido.  Legamos hasta el Malecón del Neva y otros puntos de la ciudad.  Más fotos. Vista panorámica más una cena en Sadko. Un restaurante según nuestra guía caro. No es tan caro. Cenamos 6 personas, incluida Inna y la cuenta asciende a 120 euros con botella de  vino californiano incluido. Comemos tar-tar de salmón, de carne, una sopa típica, ensalada de patatas (algo parecido a la ensaladilla rusa)e  Inna pide  un discreto plato a base tortas de patatas. Sorpresa al recorrer el  restaurante. Platos firmados por algunos celebres personajes están expuestos en una mesa central. Doy con dos conocidos, Gerard Depardieu y uno firmado por el gran  violinista estadounidense  Joshua Bell. Foto de su firma.
El segundo día en San Petersburgo lo ocupa el Hermitage y el Palacio de Invierno. Al final, visita a la Iglesia de San Salvador de la  Sangre Derramada donde se halla  el punto exacto donde asesinaron al zar Alejandro II de Rusia. Se tardo 24 años en construir este monumento por orden de su hijo Alejandro III.  Como nota curiosa, Inna nos explica que en la época bolchevique esta iglesia se utilizó como almacén de patatas. Es una joya por dentro y por fuera.  
Caminado parte del Hermitage, descubrimos otras obras de Van Gogh, unas maravillas de Canaletto y de un desconocido, para mí,  Belloto. Inna nos introduce en las obras de Murillo,  continuamos por las salas de  otros pintores como Matisse,  Picasso, Rembrandt, Monet...El tiempo pasa deprisa y tres horas son tan solo un aperitivo para  esta visita.
Nos despedimos de Inna que ha abierto ligeramente su espíritu a tres  catalanes y una pareja de chilenos y agradece nuestra alegría.  Nos ha invitado a seguir una tradición rusa cuando llegue Fin de Año: “Escribir un deseo en un papel, quemarlo después y dejar caer sus cenizas dentro la copa de champán. Beberlo. “.  El deseo se cumple por ambicioso que sea aunque  confiesa estar esperando, aun, el que ambicionó  el pasado 31 de diciembre. Aun queda año para que se consuma.
Quizá su deseo sea poder viajar a Europa con total libertad. Lo tiene complicado ahora mismo. El gobierno ruso sigue poniendo trabas para dejar ir y volver a sus ciudadanos libremente por el mundo. Esta reprensión me supera. Al pasar el control aduanero, una uniformada  matrioska,  sin brillos ni color,   está deseando encontrar pegas. No las encuentra. Pasamos. Spasiba,  poka…