Siempre Reyes




El día de Reyes no es el día de los niños, es el día de los padres que tienen niños. Si haces un poco de memoria, o si no la restringes con cualquier hecho que te ocupe en este instante, recordaras que el día de Reyes significaba algo más que ofrendas sobre la mesa. Recordaras que tus papis, tal día como hoy, o días antes de Reyes, se comportaban diferentes.  Parecían observarte más intensamente, te vigilaban de cerca, te evaluaban o increpaban más reiteradamente, y algo que fastidia también remedia la carencia. Encantamiento, al fin y al cabo. Cuando despertabas temprano del día 6 de enero, y traspasabas el comedor con los ojos entrecerrados para no ver nada sin el previo beneplácito de tus padres con la intención de no romper ninguna regla que destrozara la magia de aquel momento, no lo hacías pensando en ti, únicamente. Lo hacías de esta forma para no escamotearles ni un solo instante de su gozo con tu impaciencia ni enojarlos. Hoy, como ayer, no hay ningún niño que esté dispuesto a fastidiar a sus padres, a no hacerles participe de la alquimia de este día. Lo único distinto, hoy de ayer, es que los niños disfrutan de la fiesta los 12 meses del año, y Melchor, Gaspar y Baltasar,  por más que suden en su intento el 6 de enero, no son tan prodigiosamente distintos a sus papis.

NocheVieja

En la calle suenan cohetes. Alguien recibe al año nuevo igual que si fuera verbena, como cuando marca su equipo favorito. Aun queda alegría por gastar. A pocos minutos de recogerme en la cama aparecen pensamientos abstractos, en desorden, ligeramente embriagados.  Mi balance algo surrealista que intentaba ser objetivo queda en el baúl de los alegatos a nadie. No hay balance, o si lo hay, es demasiado íntimo para exhibirlo.  En la cama el tiempo pasa deprisa. Cuando quieres dormir las horas avanzan para decirte que aun lo has conseguido. Cuando duermes pasan deprisa porque la conciencia descansa. El compás cede una tregua al pensamiento. El pensamiento se detiene. No especulas. Escuchas, a la vez, como suenan los mensajes en el móvil, suena el teléfono, suena la felicidad en deseos, tintinean tus deseos de felicidad para los demás. Ritual permanente. Mañana será, otra vez, otro día. Entiendo la necesidad de estar acompañado en días como hoy. Estar plácidamente ante uno mismo, esta noche, sin nada que decir, sin nada que escuchar, sin nada que recoger o servir, vivifica momentos que ya pasaron. Reaviva a personas que ya no están. Los recuerdos invaden el espacio que otros ocupan lejos de aquí. Los que hacen ruido son los que llenan cualquier espacio para que, totalmente cansados, podamos librarnos tras el agotamiento que ellos nos causan. Sagrado cansancio. Sin ruido no hay necesidad de conquistar el silencio. Sin ruido no hay ganas de explicar, más tarde, el porqué ni el porqué no. Los clicks, los rings, los dongs, son insuficientes para rematarnos. Y sin embargo, es bien acogida su cadencia escueta y simple. Estos breves sonidos, este retumbar de cohetes, son la esperanza que hay vida tras esta larga noche que lo es porque hay savia desafiando a la noche. Cuantos desafíos por cumplir, aún. Cuanta cruzada por conquistar. Cuando todo se cristaliza en un propósito….Si nos lo propusiéramos…

BON ANY! URTE BERRI ON! FELIZ AÑO!