El día de Reyes no es el día de los niños, es el día de los padres que tienen niños. Si haces un poco de memoria, o si no la restringes con cualquier hecho que te ocupe en este instante, recordaras que el día de Reyes significaba algo más que ofrendas sobre la mesa. Recordaras que tus papis, tal día como hoy, o días antes de Reyes, se comportaban diferentes. Parecían observarte más intensamente, te vigilaban de cerca, te evaluaban o increpaban más reiteradamente, y algo que fastidia también remedia la carencia. Encantamiento, al fin y al cabo. Cuando despertabas temprano del día 6 de enero, y traspasabas el comedor con los ojos entrecerrados para no ver nada sin el previo beneplácito de tus padres con la intención de no romper ninguna regla que destrozara la magia de aquel momento, no lo hacías pensando en ti, únicamente. Lo hacías de esta forma para no escamotearles ni un solo instante de su gozo con tu impaciencia ni enojarlos. Hoy, como ayer, no hay ningún niño que esté dispuesto a fastidiar a sus padres, a no hacerles participe de la alquimia de este día. Lo único distinto, hoy de ayer, es que los niños disfrutan de la fiesta los 12 meses del año, y Melchor, Gaspar y Baltasar, por más que suden en su intento el 6 de enero, no son tan prodigiosamente distintos a sus papis.
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