Hay algo más descorazonador que observar desde la distancia quemar una zona maravillosa, más azaroso que ver casas arder, animales huir y llamas expandirse. Hay algo que sobrevuela al hecho, al miedo, a la situación desesperada. Son algunos ojos que miran sin ver, desde otra distancia y a través de un humo suficiente espeso para no ver más allá del mismo humo, y de un fuego suficientemente virulento para fijar su atención en él y lo que arrasa. Son los ojos aciagos y fisgones que aprovechan cualquier circunstancia para descargar su odio en el mismo drama. No hay nada más desolador que ser espectador de la magnitud de la tragedia y al mismo tiempo serlo de la diáspora de la tragedia. A cambio, más por encima de todo esto y muy cerca de la tragedia, hay gestos que extinguen al fuego y a la vozarra.

EN nombre de la Cosa sin nombre.

artículo de Guillem Martínez. El País. Catalunya 12-01-2012:

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/07/12/catalunya/1342118895_272258.html


Puede que alguien lo lea y se quede indiferente por estar muy lejos de los 65, por no tener ni haber tenido un padre o una madre que haya llegado a los 80, o 90, sin haber cotizado y sin un duro de más en la cuenta. O simplemente porque no pueda creerse la “Cosa” de tanta desfachatez que contiene. El caso es que ahí está el artículo, para leerlo, para meditarlo, para pasarlo, para comprobarlo o para negarlo, si cabe. A mi me ha sacudido de cerca. No existen ya como “problema” mi padre y mi madre. Él, cotizó siempre. Ella nunca salvo en la época de guerra, en una fábrica. Los dos, no consiguieron reunir más de 4.000 euros en su cuenta bancaria, ni cuando estaban juntos, ni después. Pudieron los dos, permitirse, al menos, el último despilfarro de su paso por estos lares: Su entierro. Ella, gracias a la pensión que cobró al quedarse viuda (alrededor de 500€), junto a la ayuda económica de los hijos, vivió dignamente hasta morir. Puedo imaginarme como hubiera sido la ultima etapa de su vida si “la cosa” hubiera coincidido con ella. Y la nuestra. También soy capaz de imaginar, porque la he conocido, la situación actual de muchas personas de su quinta, pero sin hijos, o con hijos “ausentes”, o que también dependen de ayudas para sobrevivir. El nombre de la cosa podría ser cualquiera, pero a mi solo se me ocurre uno: Desvergüenza.

Serrat, casi siempre



(...) Disculpe el señor, se nos llenó de pobres el recibidor y no paran de llegar, desde la retaguardia, por tierra y por mar. Y como el señor dice que salió y tratándose de una urgencia, me han pedido que les indique yo por dónde se va a la despensa, y que Dios, se lo pagará.
¿Me da las llaves o los echo? Usted verá, que mientras estamos hablando llegan más y más pobres y siguen llegando. (...)


(...) Bienaventurados los necios que se arriesgan a prestar consejos
porque serán sabios a costa de los errores ajenos. Bienaventurados los pobres porque saben, con certeza,que no ha de quererles nadie por sus riquezas. Bienaventurados los adictos a emociones fuertes porque corren buenos tiempos para la gente marchosa. Bienaventurados los dueños del poder y la gloria porque pueden informarnos de qué va la cosa. Bienaventurados los que alcanzan la cima
porque será cuesta abajo el resto del camino. Bienaventurados los que catan el fracaso
porque reconocerán a sus amigos (...)


En cualquier circunstancia, por lastimosa que sea, encuentra la manera de resistir. Y si te quedan ánimos, planta cara.