Hay algo más descorazonador que observar desde la distancia quemar una zona maravillosa, más azaroso que ver casas arder, animales huir y llamas expandirse. Hay algo que sobrevuela al hecho, al miedo, a la situación desesperada. Son algunos ojos que miran sin ver, desde otra distancia y a través de un humo suficiente espeso para no ver más allá del mismo humo, y de un fuego suficientemente virulento para fijar su atención en él y lo que arrasa. Son los ojos aciagos y fisgones que aprovechan cualquier circunstancia para descargar su odio en el mismo drama. No hay nada más desolador que ser espectador de la magnitud de la tragedia y al mismo tiempo serlo de la diáspora de la tragedia. A cambio, más por encima de todo esto y muy cerca de la tragedia, hay gestos que extinguen al fuego y a la vozarra.