Quizá una de las formas más antiguas de explicar cosas, son los cuentos. Seguro que todos recordamos alguno que nos contó nuestra abuela sentada en la esquina de nuestra cama cuando no podíamos conciliar el sueño una noche que nuestros padres discutían a voces alterando nuestra tranquilidad. O aquella amable profesora que cuando llovía y no podíamos salir a descargar nuestras energías al patio completamente mojado, tenía la genial idea de mantenernos sentados explicándonos uno. De mayores, ya nadie nos cuenta cuentos, al menos de los que nos hacen sentir bien, que son a los que me refiero. No se si aún existe hoy en día la costumbre de explicar cuentos a los niños antes de acostarse. Yo, lo hacía cuando mishijos eran peques, incluso a veces me los inventaba de forma que encajaran con algo que quería que entendieran no a modo de sermón. Hace pocos días, paseando por el centro de Barcelona, entré en una librería y me dirigí a la sección infantil. Quedé sorprendida de la variedad y de la sofisticación de los cuentos que se editan hoy.


Abriendo un cuento de estos, se puede palpar la rugosa textura de la arena o la fina pelambrera de un gato. Se puede escuchar el canto de un joven gallo o el sonido de unos cascabeles . Con un libro de cuentos, hoy, un niño puede extraer un biberón al bebé que aguarda impasible en el interior para investigar qué es, o sacarle el sombrero a un bombero sín que éste se inmute. Igual que casi todo, los cuentos han mejorado visiblemente, pero entre un cuento y un niño siempre tendrá que existir una referencia que los una: una mano, una suave almohada, una mirada, o una cálida voz. Y sobre todo dentro de las páginas de un cuento, debe haber una enseñanza ingeniosa, amable y fantástica, aunque solo sirva para poder dormir tranquilamente.





2 comentaris:

Anònim ha dit...

Un cuento que quizá sería muy apropiado: Pedro y el lobo.

Bon dia

rosa ha dit...
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