Sentir desprecio a la humanidad es sentirse despreciable. No puedes odiar a un colectivo que no conoces sin sentir antes odio hacia ti mismo, como no puedes confiar en ésta multitud abstracta sin antes saberte sólido en tus razonamientos o empresas. Quien arrea contra los hombres siendo un hombre se siente un hombre ruin. La mujer que desconfía de las mujeres se siente traicionera. La vida, la literatura, la política o cualquier expresión que requiera articular un esfuerzo, afecto o un minucioso análisis necesita una motivación, necesita un objeto y un propósito. Necesita un cuerpo y un pecado o la virtud y el cuerpo que lo simboliza. Sino, no hay arte, no hay inspiración, no existe la exaltación ni la creación. Solo hay intereses o beneficio y queda el vacío que acaba haciéndose palpable a pesar de su engañosa transparencia. Sentir el orgullo de ser hombre, sentirse orgullosa de ser mujer, sentir la cercanía del prójimo y tener la valentía de reconocerlo, de distinguirlo y valorarlo en cualquier lugar donde se halle y en cualquier sitio donde puedas descubrirlo.
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