Perspectivas

No sé si es habitual, pero yo quedo fascinada cuando leo relatos de chicos y chicas jóvenes deliberando sobre la maternidad, las elecciones en Francia o sobre una sentencia de Maquiavelo.
Cuando tu o yo decimos que ser madre no es contratar a la mejor institutriz para que los recoja en la escuela, los bañe, les de la cena y acueste mientras tu estás en una cena un día, otro de viaje con tu jefe y otro día en un centro termal desintoxicándote la piel, sino que ser madre significa ir a toda prisa saltando del trabajo a comprarles la merienda y darles ésta tu misma a la salida del cole, o saltarse alguna buena norma sirviéndoles de nuevo esos macarrones que adoran en vez de verdura, o quiere decir hacerte la medio dormida cuando en realidad llevas esperando desde hace dos horas con angustia el ruido de esas llaves que por fin suenan en la puerta tan precisas la primera, la segunda, la tercera y todas las noches que tus hijos salen solos de casa y aliviada solo dices buenas noches, no estamos diciendo algo extraordinario . Cuando tu o yo, decimos que es quizá en la vejez cuando por fin asimilamos las ausencias sin sentir ese dolor punzante en el estomago que nos desgarra por dentro, y que es en la vejez seguramente, cuando concebimos por fin el amor como un regalo y no como una posesión y que la dependencia solo es aconsejable cuando uno no puede ser responsable de sus propios actos, no es que seamos muy inteligentes o que hayamos leído a Epicuro y nos tengamos por sabios. Si decimos todo esto tu o yo, es porque hemos vivido lo suficiente y aprendido a soportar el dolor de las ausencias, las impotencias de aquellos deseos imposibles, y a filtrar los incómodos recuerdos porque ya son unos cuantos.

Pero si reflexiones parecidas, surgen de la mente de un chaval de 18 o una chica de 20, que ni son viejos ni madres, podemos maravillarnos, podemos creer en la vida y en la eternidad, en Epicuro o en Sartre. Podemos tener esperanza porque es esa esperanza la que nos justifica y reconforta, al fin y al cabo.