Empiezo con una declaración de amor: tengo especial cariño por uno de los animales más heroicos de la cadena alimentaria y ello no lo confieso por mi condición de vegetariana a tiempo parcial (aún sucumbo ante el pescado...), sino como sentido homenaje. Del cerdo, todo se aprovecha: desde las pezuñitas, hasta los morros, pasando por cualquier recoveco de su cuerpo el cerdo es una fábrica entera de proteínas.
De manera que, si oso decir que la manifestación del sábado fue como el cerdo, que nadie lo considere un descrédito, sino un simple símil: todo se ha aprovechado de esa exitosa concentración. De hecho, no ha quedado ni un huesito que no haya sido apurado por nuestra voraz clase política. Unos se han aprovechado por ausencia, y los otros por presencia, y todos a una, han hecho un banquete con los manjares de la protesta. Así pues, lo más relevante, desde mi punto de vista, no ha sido la manifestación en sí, sino los múltiples equívocos que han generado un sorprendente juego de espejos político. Si me permiten, todos han jugado con las cartas marcadas, y aunque el resultado final pareciera el juego limpio de la protesta ciudadana, los entresijos de la timba son más que discutibles. "No la veía clara", decía Lluís Foix, hablando de su decisión de no ir a la manifestación, y ese es el quid de la cuestión: la falta de claridad. No. No se trata de despreciar a la manifestación, en la línea de esotéricas declaraciones como las de José Blanco (de Barrio Sésamo, aseguraba Jordi Basté), sino de analizar el quién de algunas notorias presencias, y el porqué de la convocatoria.
Juego de espejos. El primero es el que se produce entre ERC y la Plataforma pel Dret de Decidir, tan fusionada una con la otra, que cuando desmienten sus vínculos, consiguen la menos sutil de las confirmaciones. Ayer, Els matins de TV3 entrevistó a Gerard Fernández, de la Plataforma, y a Xavier Vendrell, de ERC, y la conclusión fue que ninguno de los dos ha hecho un cursillo acelerado de despiste dialéctico. El segundo, con ese estilo suyo de comisario político asegurando que "dejarán hacer a la Plataforma", y el primero marcando la agenda política: "Hemos superado la etapa autonomista. Ahora toca la soberanía". Pero, ¿no era una manifestación de ciudadanos cabreados por el crac de las infraestructuras? Más aún, ¿quién es la Plataforma para decidir en qué etapa histórica nos encontramos? ¿Se ha convertido ya en un partido político? ¿O su naturaleza de correa de transmisión ideológica ha quedado al descubierto? Como sea, el primer equívoco está servido: nos manifestamos por las infraestructuras, pero somos soberanistas, pero no estamos manifestándonos por la soberanía, pero sí por la soberanía de los ferrocarriles, y somos independientes, pero decimos lo mismo que ERC. Y tiro porque me toca.
Si a ese equívoco le sumamos algunos nombres propios de la política, el juego de equívocos llegaba al paroxismo. Veamos. La mitad del Govern transitaba, pancarta en mano. La otra mitad estaba en el cine o en sus labores. Una parte de la oposición opositaba, y la otra se lo miraba complaciente, pero "quita bicho" que no soy de esos. Dos ex presidentes, que nunca van a las manis, se paseaban como en los tiempos de la trenka y el Cambio 16, y si algún día habían tenido responsabilidad en inversiones, el sábado gozaban de una terapéutica amnesia.
No deja de ser chocante que Jordi Pujol haya comandado los destinos de este país durante 23 años, votando presupuestos del Estado, aceptando inversiones, y hasta recibiendo méritos españoles, y ahora no se acuerda de nada. Maragall, más de lo mismo, sobre todo desde su condición de líder socialista histórico, tan histórico como históricos son los agravios inversores del PSOE gobernante. Y los de Esquerra e Iniciativa eran de nota. Resulta que están en el Gobierno, gozan sonoramente del poder, se abstienen, coche oficial en mano, de hacer ningún gesto que pueda despeinar al president Montilla, e incluso han hecho sus pinitos apoyando en el Congreso al socialismo zapateril, pero el sábado llevaron a pasear su alma de asfalto. No hay condición política más agradecida que la de viajar en coche oficial por la mañana, cual notorio representante del Govern, y por la tarde irse de manifestación, cual opositor con chiruca. Como escribió Josep Cuní en un memorable artículo, puede que esta manifestación sea un éxito ciudadano, pero es el fracaso de la política. En medio de todo, el sufrido ciudadano que salió a la calle harto de estar harto. Sin duda, variados fueron sus motivos. Pero esa no es la cuestión. La cuestión es el uso perverso que hacen los políticos cuando, fracasados en su accionar, se apuntan al bombardero de la calle, y se olvidan de su responsabilidad. Todos los que se manifestaron podían haber hecho algo, haber dicho algo, haberse plantado algo. Lejos de usar el verbo político allí donde tenían capacidad para influir, prefirieron gritar detrás de la pancarta. Hicieron de ciudadanos cabreados. Y sin embargo, eran ellos mismos el objeto del cabreo. Es lo que tiene el juego de espejos. Que la naturaleza profunda del personaje nunca es su reflejo.
Pilar Rahola (5-12-2007)