Asistí el Miércoles, sin muchos ánimos, al Liceu de Barcelona donde se representaba Aida de Verdi. No estaba segura de ser capaz de aguantar las cuatro horas que entre actos y descansos, habían programados. Aguanté sin quedarme dormida e incluso ésta obra dirigida por Daniele Callegari, me pareció más corta de lo que en realidad fue, por lo que deduzco que me gustó más de lo que esperaba , porque si no, me hubiera quedado grogui en el segundo acto, sin remedio.
Mi falta de cultura operística, puede ser un problema para reconocer que obras son dignas y bien simbolizadas y cuáles no. Mi olfato más instintivo que instruido, se decanta a puntuar con un notable al montaje, la escenificación, la interpretación y la dirección artística y musical de Aida. Pero un suspenso para parte de un público, suficiente parte para contarlo, que a priori, parecía acostumbrado al Liceu e instruido en el tema. Por lo que he llegado a la conclusión de que Sostres tiene razón, mal que me pese a veces, y la mediocridad , una gris mirada al entorno y la mala educación, también salpica a los peldaños más altos de una sociedad que cada vez más, parece importarle todo un pepino, salvo su pellejo y propia existencia.
En media hora de descanso, en el primero de los cuatro que hubo, voy al baño. Una vez dentro de éste y ante siete puertas ocupadas y a la espera en una cola semi-ordenada, dos distinguidas señoras de sonrisa fácil, se cuelan por el morro con el pretexto de mirar si alguna de aquellas 7 puertas estaba falsamente ocupada. En los pasillos, mientras anunciaban el último minuto de descanso antes de reiniciar la obra, chicos y chicas con chaqueta roja y pantalón negro, espabilan a golpe de gesto enérgico a todos los que parecen haberse dormido en los laureles en éste mismo pasillo. Y dentro, ya metidos de lleno y concentrados en las pujantes voces que nos relatan la historia de amor entre Aida y Radamés, hay fervientes aplausos al acabar cada acto. En el cuarto y último acto, se repiten los mismos y efusivos aplausos pero también hay mucha prisa. Y de repente, advierto como mientras baja el velloso telón rojo, antes del saludo final de los intérpretes que nos han acompañado durante cuatro horas, empiezan a levantarse personas de sus asientos y a desfilar hacia la salida sin esperar la salida de cantantes, actores, bailarines y director de orquesta. Tenían prisa para coger un taxi o prisa por recoger su coche del parking. Tenían prisa después de haber estado embelesándose de aquel espectáculo. Ignorantes, puede o, excesivamente dispuestos a dejar que fuéramos los demás quienes por deferencia, respeto y agradecimiento encomiáramos a los artistas por ellos. El mundo, parte del mundo y punteo que somos una pequeña parte de mundo, estamos sobrados de todo: de comida, de gasolina, de opciones donde escoger, de amigos, de conocidos, de sexo, de noticias, de información, de espectáculos. Nuestro mundo parece haberse desprendido de la magia que supone dejarse atrapar, ha perdido la capacidad de entusiasmarse o de implicarse hasta el minuto final. Nuestro pequeño y aislado mundo, ha perdido la paciencia, la bella e ingenua paciencia que no solo es útil para ir a hacer un pis. Este minúsculo mundo sufre de convulsión precoz y no aspira ni concede el orgasmo, el orgasmo solo existe en el discurso y el deseo. Lo trascendental no es sentir, lo importante es consumir y poderlo contar: 1,2,3,4….
Bon día
3 comentaris:
Vaya crónica operística más poco al uso... Generalmente, cuando leo en una de estas crónicas alguna referencia al público es para explicar la intensidad de los aplausos, que tosen demasiado, se levantan y se van en la mitad del espectáculo o expresan su malestar de alguna forma más airada... esto de explicar los entreactos y a la salida es de lo más original.
Yo mismo he tenido que salir no antes de que los cantantes salgan a recibir sus aplausos, sino antes de que termine una obra... ¿por qué? Porque mi desplazamiento a casa dependía de un transporte público que terminaba a una hora incompatible con espectáculos que empiezan y terminan tan tarde... Otros tendrán otros motivos para no quedarse aplaudiendo hasta el final... Yo casi nunca me quedo mucho más de la cuenta: quedarse implica hacer cola en la guardarropía y para atravesar la puerta de salida... el día en que la cantidad de gente que se va sin aplaudir sea destacable, entonces tendremos motivos para preocuparnos por el cambio que puede suponer al mundo del espectáculo, pero de momento (por mi experiencia) la intensidad de los aplausos aguanta bien... ya te contaré lo que veo este viernes ;)
es la tercera vez que voy a Liceu y la primera que veo esto. No hacían pinta de coger el metro los que escamparon antes de tiempo. ¿Vas a ver la Cenerentola?
Sip! 100 eurazos me he dejao... espero que els comediants me mantengan despierto y contento! Si no confío en la música de Rossini...
Vete a verla, es mucho mejor que Aida.
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