Todos, alguna vez, nos hemos sentido Gregorio Samsa. No, no he leído el libro, solo me he molestado en buscar algo que me hablara de éste personaje de Kafka. Otro personaje, me lo recomendó, también . Incluso se ofreció a regalármelo, cosa que lamentablemente rechazó mi sentido común que casi siempre va en contra del deseo y la esperanza. Uno, se mueve hacía un lado y el otro, en dirección contraria porque ambos han aprendido como Gregorio, que a nadie le gusta estar en compañía de un gran y repugnante insecto, por norma general un bicho es un bicho, un parásito al que no se alcanza y al que no le puedes complacer con cosas simples, cosas que tienes a mano y no cuesta ningún esfuerzo obtener.

El caso, es que éste desconocido, para mí, personaje, le bastaron cuatro frases cruzadas entre él y yo para pedirme la dirección en la cual me enviaría un libro sin coste alguno, ni material ni afectivo. Al responderle con una negativa, me ofreció la posibilidad de darle una dirección de un lugar abandonado donde hubiera un buzón. Recordé entonces otra historia que quise inventar un día y alguien rechazó con la misma y sórdida excusa. Peor aún, le dije -No conozco ninguna casa o piso abandonado que disponga de un buzón de correo-. Así, de éste modo tan absurdo pero lógico, acabé con la posibilidad de concebir una gran historia y se le acabó, al personaje del que hablo, la posibilidad de emprender una bella historia. Tendrá más, por supuesto, y yo, espero tener más que no acaben siempre con un final frustrado y teñido de sensatez y miedo. Todos, alguna vez nos hemos sentido bichos como Samsa, pero no todos hemos olvidado lo que es vivir acompañados de personas queridas o admiradas que nos vean como parásitos o bichos raros, mientras solo intentamos o esperamos entender alguna cosa de cómo funciona todo cuanto nos rodea.

Mil gracias.