Siguiendo el hilo de lo que escribí la ultima vez, leí hace dos días a un profesor que escribe diariamente en un blog compartido con otros maestros y periodistas, compañeros todos ellos no solo de blog sino también de tertulias, copas y alguna que otra juerga, que siente vergüenza antes de lanzar su relato y la sigue sintiendo una vez lo ha publicado. Consideraba el profesor, que lo supera convencido de que escribir a diario también es un desafío intelectual que lo enfrenta a una disciplina que de otra manera, sin haberse comprometido casi obligadamente, no tendría. Así que este miedo escénico no solo es, he pensado al leerlo, por creerte incapaz de explicar cualquier cosa ni cómo, está claro que asalta también a personajes que no solo tienen mucho qué decir si no que además saben cómo hacerlo, con lo que entiendo, que éste desasosiego debe tener algo que ver, también, con cierta responsabilidad no asumida por temor a otorgarte y aseverar ciertos pensamientos que de otra forma quedarían difusos o escondidos. Esto, me enseña, enseña a los que tenemos la escritura como una disciplina menor y más bien nos empeñamos en excusar nuestra falta de empeño pensando o diciendo es solo un juego, un simple pasatiempo, que las musas si es que existen, no aparecen por un encanto o hechizo, sino que como decía Serrat, siempre han de pillarte trabajando. Una buena manera de aprender a escribir, de aprender a leer, de aprender a cocinar, de aprender a bailar es bailando a menudo, escribir a diario, leer frecuentemente y cocinar habitualmente. Una manera de acabar sin hacer nada, es pensarse un ser iluminado con un don particular y esperar a bailar como la Graham en la fiesta de fin de año, preparar arroz el día que tienes invitados y esperar que iguale al de la Reixach, leer poco y esperar entender aquel espinoso libro que te recomendaron para poderlo demostrar y comentarlo y, o, esperar a escribir el día que se te ocurra algo y además, decirlo.


Una mujer estaba en un mercado, aparentemente, para comprar o vender pájaros. Llamó no se dé qué modo la atención a varios de los que allí estaban. Confiados, se acercaron a ella atraídos como si los llamara una encantadora de serpientes y con un sencillo gesto de su mano acabó con todo y con muchos. He aquí una masacre más, sin sentido ni lógica, lejos, o más bien cerca que paraliza cualquier reflexión e inutiliza cualquier mensaje. No quieres ni puedes escapar. Una mujer creía estar en lo cierto, pensó que la luz de la verdad enfocaba su camino, un albor hacía el paraíso y lo ha hecho. Los dioses no la esperan al llegar a su destino, molestos, han cerrado la puerta y en la puerta hay un letrero que dice: “Se paciente, Sigue caminando, aquí, no caben más iluminados. Alá, te compensará en otra puerta. “

-Yo, ya no puedo morir, ¿A quién hay que matar? -