Una reunión, ayer, de noche y con música de fondo, en la que encuentras a personas que hacía años, muchos años que no veías, personas, de las que últimamente ni habías sabido ni por las que te habías preguntado. Sencillamente, no estaban ya en tus pensamientos. Las costumbres cambian, unas veces a la fuerza, otras, voluntaria o circunstancialmente. Ves, aquel niño que un día corría por los pasillos de tu casa hecho ya un hombre, y con traje. Su madre y su padre que un día te hicieron compañía antes de abrirse las puertas de la escuela. Tu hijo, sigue con jeans y camisetas, a pesar de que también la madre del que ves tú hecho un mozo, lo ve a él, a la par, mayor. Esta noche, se despiden o, mejor dicho, les despiden oficialmente de la escuela donde se han pasado yendo y viniendo quince años. En la misma escuela donde antes, habían ido y venido sus hermanos, pero sin fiesta de despedida. Esta noche, hay despedida, hay una gran pantalla donde pasan las fotos de todos estos chicos y chicas y hay un refrigerio para rematarla. Hace unos años, había apretones de manos y deseos de suerte recíprocamente donados. Y mezclado entre todo esto, esta noche, están casi todos aquellos profesores y profesoras que un día se encargaron de enseñarles todas las cosas que saben y no han aprendido en casa. En casa, se aprenden cosas pero también se aprende a desaprender y a vivir acomodadamente. Imagino, que para esto es una casa, para sentirse a gusto. Todos, están, los que están, casi igual. Unas pocas más de canas y arrugas pero, piensas, apenas unas imperceptibles diferencias sin importancia y, observas, que siguen emitiéndote las mismas vibraciones, buenas o menos buenas que entonces. Entre estos profesores, se encuentran los que un día exaltaron el buen hacer de tus hijos y los que se preocuparon por su mal hacer, aunque fuera por su falta de hacer. Hoy, te preguntan qué hacen ellos y has de responderles sinceramente: La que hizo tanto y tan bien, está bien. El que hizo poco, está muy bien, y éste, el que se despide, está de perlas de momento y ya se verá como seguirá de aquí unos años. Sebas, el profesor que tanto se preocupo por el que no hacia demasiado cuando podía hacer mucho más, escucha y sonríe y promete llamarlo un día. Imaginas, o adivinas en su gesto, que aquella intranquilidad, hoy, le parece muy lejana. Más que a ti, porque tú aun la tienes en la memoria bastante fresca, casi como si fuera hoy y aun sigues preguntándote, a veces: ¿Le irá bien, les irá bien? Pero, hoy, has de reconocerlo, es todo como una fiesta, como esta fiesta de despedida en la que el único contraste irrefutable que existe con ayer, son los nombres de los que se van, vuestras contadas canas y arrugas y los centímetros que todos estos chicos han crecido. Y todo ello, está bien, muy bien.
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