Unos días fuera, viajando. ¿Viajando? No, viajar es otra cosa muy distinta. Decir viajar es inexacto cuando solo han sido unos días lejos de la rutina. O tampoco tan lejos, porque es corriente estar entre personas ávidas de diversión, deseosas por comer bien y demasiado, o afanosas por consumir cualquier cosa a la que sean invitadas. Unos días de abandono es más preciso. Porque en realidad, la única diferencia está en que durante unos días, estos días, te has sentido más que nunca parte de un grupo de personas convencidas de que había algo aún por hacer y que mientras tanto, hacías por hacer todo aquello que forma parte de un plan, de una programa diseñado de antemano para dejarse arrastrar por la inercia que empuja a todos hacia el mismo lugar, precisamente, para no dar tiempo a pensar. La mar ha estado en calma meciendo a más de tres mil personas a menos de veinte nudos a la hora para que todas pudierais olvidarla mientras buscabais algo para comer y beber aun sin hambre o sed sentados por aquí o por allá, a la vez, que algo parecido a un barco iba haciendo millas lentamente y os transportaba. Y mientras ella, serena, arrastraba todo un mundo insensible a su positiva influencia, y mecía lentamente ciento quince mil toneladas de masa, la muchedumbre, alejada del mar más que nunca, buscabais lugares parecidos a los de siempre para hacer algo diferente. Y es verdad que aunque no ha sido un viaje, ni han sido unos días muy lejanos a la rutina, ni había en realidad nada diferente a tu alrededor, has encontrado la única manera de dar con esta diferencia acercándote a mirarla, a mirar la inmensidad de una mar plácida que también rodea una isla placida y cercana que parece encantar del mismo modo a sus habitantes con una dulzura y una cordialidad insólitas, mientras soporta felizmente la invasión de miles de forasteros que llegan desde la misma mar a visitarlos. Desde un mar ,en calma, impasible hasta a nuestra indiferencia.
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