Podría ser que la nostalgia no fuera un concebir de personas mayores o ancianas si no que fuera un sentir que sobreviene por el sencillo hecho de que cuando las cosas a tu alrededor cambian y lo hacen deprisa es muy lógico que te sientas alcanzado por una impresión conmovedora que te hace expresar en voz alta aquello que recuerdas mientras vas asimilando el cambio del que no existe otra forma de liberarse si no es a través de una queja a modo de añoranza. Dios no premia al que madruga ni quien madruga es ayudado por ninguna fuerza sobrenatural pero es posible que madrugar en día de fiesta tenga algún beneficio y éste sea el de poder purificarse del ruido pasado y prepararse para el que ha de venir mientras tienes la posibilidad de pensar en otra cosa que no sea lo habitual. Tampoco el hecho de haber bebido más de la cuenta la noche anterior al madrugón tiene premio ni es garantía de dormir como un lirón. Más bien sucede lo contrario y se duerme, si, pero se duerme mal y el día que has cometido un exceso de vino, de cava o de todo junto, duermes pero duermes poco y te levantas aun con la sensación de haber estado toda la noche subida a una noria que giraba y giraba sin detenerse. Pensar, luego, no es fácil y todo aquello que bebida se resistía a emerger aparece de alguna manera y desde otro prisma y aunque te permita escribir las letras ordenadamente y casi sin errar, sigue estando difuso, desafinado y desordenado. Mi último pensamiento sensato de anoche antes de sentir que no sentía nada, fue que tampoco Sant Joan es lo que había sido. No, no es nostalgia lo que sentí, es la prueba irrefutable que las cosas pasan muy deprisa, excesivamente deprisa. La noche de la verbena de Sant Joan hace tan solo un año, era, una noche de grandes estallidos que duraban hasta casi hasta el amanecer y dormirse entre estas explosiones era complicado pero posible porque hay un cierto placer en dormirse cuando los demás están despiertos porque ayuda a dejar de pensar de la misma manera que existe un estímulo cuando madrugas más que los demás y puedes disfrutar del silencio temprano que invita a cavilar aunque como en este caso no pienses mejor. Odio los petardos, no hay ninguna duda de ello, pero no odio que los niños y no tan niños sientan la necesidad de lanzar estos escuálidos fardos rellenos de pólvora que emanan luces que engalanan el cielo y desatan explosiones que acompañan una noche tan especial. Sin ellos, Sant Joan no es la noche de Sant Joan. Noche que ya desvaneció cuando alguien decidió no permitir las hogueras que esta noche quemaban viejos trastos y malos espíritus. Hoy, ayer, no suenan los mañaneros petardos que te despertaban de repente el pasado año. No sé si este hecho es la muestra real de que sí existe una incipiente crisis económica. No sé si deber haber habido alguna norma de última hora impuesta por los ayuntamientos tan dados a prohibir. No sé si tanta juerga y celebración empalmada hace desvirtuarlas todas y mestizarlas como se mezclan las ideas, los idiomas y las pieles. Solo sé que ayer, anoche entrada la madrugada, me dormí rápidamente por el efecto de un exceso de alcohol al que no estoy habituada, que esta mañana he madrugado plomiza y que a las 8.45 , aún no he escuchado el sonido de ningún petardo estallar.