Un día, tu hijo marcha de campamento, tan feliz, y solo tiene cinco años; otro día, no viene a cenar a los catorce; otro, no viene a dormir a los dieciocho. Hay, una vez un día, que pasa días lejos sin tener el detalle de llamarte, y hay otro día que se exhibe con alguien del que se ha encaprichado veloz y ciegamente y has de digerir a cualquier hora la imperativa figura de un completo extraño en casa. Todo, es superable de mejor o peor manera, hasta que llega el día que sientes, por fin, que lo sigues amando con la misma energía de siempre, pero, ya no es presencialmente indispensable. Te han ayudado a superar el trance muchos factores, entre ellos, evidentemente, su etapa de crueldad, sus breves o largos alejamientos, su ofuscada adoración hacia un extraño, la manía de no hacer caso a lo que le dices desde los quince, etc.
La acampada, el viaje, las noches en vela, sus improperios y la ringlera de mequetrefes que ha abandonado o les han abandonado después de haberse engullido en tu casa varias cenas, todo ello, acaba siendo una buena ayuda para que un día puedas prescindir de su presencia sin ahogarte. Se supera. Y se supera porque la elasticidad del lazo que un día pensaste inalterable, es fuerte, pero, también es voluble y por encima de todo, es sabia. Entre artículo y artículo existe un acto de fe en distintas versiones: Ser madre. Ser madre de la madre, ser la madre del hijo de otra madre, ser la madre incluso del padre, la madre que los parió a unos y otros. Ser madre. Una vez empiezas, nunca sabes cuándo acabas. Y todo esto a cuento de dos artículos leídos entre ayer y hoy. Uno, narraba los temores de algunas mujeres a ser madres por miedo a no disponer de suficiente generosidad. El segundo, de la crueldad que ejerce un hijo sobre su madre en alguna etapa de su vida y de lo fantástico que sería dominar esta incontinencia verbal a tiempo. Y éste, que opina que todo lo que no mata, engorda. Y que ya que existen etapas insalvables, es mejor considerar esta parte de la relación materno-filial, como un entrenamiento para un futuro no muy lejano en el que un hijo se escapa sin darte tiempo a comprender el cómo ni a donde. Son ensayos que otra madre, madre naturaleza, te brinda para verlos un día alzar el vuelo sin sentirlo una tragedia. Hay muchas madres, pero, como dijo un tal Paddock, la mayoría de ellas no contemplan lo imposible. Y por ti, si estás bien, hasta pueden llegar sin ti, a estar bien.
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