un mando que no va a ningún sitio



Es tarde, casi las doce de la noche y ya estás en la cama porque no resistías cinco minutos más en pie.  Un día cualquiera de la semana que no recuerdas. Puede ser martes, miércoles, viernes… Cuando estas ante el ordenador y estas cansada los ojos pesan y no atinan a seguir a ningún interlocutor,  ni a concentrarse en ningún escrito que dure más de dos o tres líneas y que esté escrito en negrita. Leer, imposible, aunque sea tentador. Ver la tele, si,  pero tiene que ser algo que no te aprese ni entretenga, que no te interese, al menos, no demasiado. Cosa fácil por otro lado. Cambias de canal casi por inercia porque en casi todos hay publicidad. Parece que se han puesto de acuerdo. Buscas algo que ayude a someter la reflexión porque todo lo demás está rendido hace rato. Nada. Nada. Nada. Nada. Nada. Nada. Tienes la sensación que desde que todos tenemos la TDT, por imposición, hay menos que ver aunque haya más donde elegir. Te paras en el único canal que no hay publicidad. Pero…¿ Es un gran hermano? No. No puede ser porque nadie habla de GH hace tiempo. Te detienes ante el programa para dar dos minutos, o más, a los otros canales  en que, normalmente, interrumpes el mando a distancia para desplomar tu atención. El programa de Buenafente, por ejemplo. Otras en Ágora.  A veces, en  Cuarto Milenio, aquella iluminación tenue, el tono recóndito y la suave voz de Iker son perfectos para cerrar los ojos y la consciencia antes que el televisor. Paralizas el mando y observas a unos jóvenes que parecen examinarse por alguien que no tienes ni idea de quién es. Le preguntan a una muchacha rubia, bonita, que no tendrá más de 20 años que destacaría de Rusia. Contesta insegura: Su ensaladilla. (¿)  Está seria, con lo que el programa no debe ser de chistes, imaginas. Esperas antes de ir a otros canales y la siguiente respuesta que lanza otra chica es tan sorprendente como la primera: ¡En España no hay ríos!  (…)
Siguen las preguntas y siguen las asombrosas respuestas y tú sabes que  ya las has fastidiado porque esto no te ayudará a dormir. Bien al contrario, si es de risa,  tiene  poca  o ninguna gracia y si es en serio más que para dormir,  es para ponerse a llorar.  Ya no te interesa más que seguir escuchando las respuestas que más que soporíferas son  humillantes. Y lo dices tú, que no tuviste la opción de pasar de cuarto de bachillerato. Te rechinan las respuestas y te subleva que haya programas capaces de exhibir tanta miseria intelectual confirmada en chavalas y chavales de menos de 20 años que después, seguramente, van a formar parte de algún programa en este mismo canal para el deleite de su familia y vecindario, para la admiración de sus amigos y compinches,  y para que los demás no podamos dormir de pena en una semana. ¡No hay ríos en España! Esta respuesta, lo sabes, quedará marcada como un  tatuaje en tu memoria. No conoces a  nadie de tu misma edad, que sin estudios superiores, sin internet, sin  más de una docena de canales en televisión  a su disposición, sea,  o haya sido capaz a los veinte años  de dar una respuesta similar. Verdaderamente, la has pifiado deteniéndote en este canal y fijándote en éste programa, porque ahora,  presentan el entorno de estos chicos y chicas y esperarás para confirmar tus sospechas. Sí, te quedas. Seguramente, lastima de juventud, serán hijos de una familia desordenada, o situados en un ambiente social desventurado, falto de amor y de estímulos y a ciencia cierta, en el  más absoluto desastre económico. ¡Vaya, pues no! Sus padres, viven ambos y humilde pero dignamente. Y tienes abuelos, y amigos, y hermanos….Los jóvenes, además, tienes todo lo dicho (trabajo no) ,  más ordenador, teléfono móvil y una tele en su dormitorio. Más de lo que tenías tú a su edad y muchísimo más de lo que tenían tus padres a la edad de los suyos. Lo que no parecen tener es ningún interés por el mundo que les rodea. Ni siquiera la mínima curiosidad de conocerlo. Y probablemente, tampoco han tenido un profesor o profesora capaz de enseñarles que era el mapa de España, mucho menos el de Rusia ¡Quién lo diría! Lo que no tienen es nadie que les obligue. Que les advierta. Que les atosigue. Y no tienen ni tendrán a nadie que les salvaguarde de lo que les espera en esta España que debe antojárseles como un planeta sibilino y que, por cierto, nunca les perdonará su analfabetismo aunque haya sido ella, precisamente, sin coartada  ni  pretextos, sin contemplaciones ni remordimientos, la que los haya empujado a éste.  (Quién lo diría).