Es casi mediodía de un sábado lejos de casa. Quedan atrás algo más de 50 kilómetros de curvas, dirección arriba, después de 100 kilómetros de suave circular hasta enfilar la Collada de Toses. Años antes, habías recorrido este trayecto bajo circunstancias algo más viles. Nieve, hielo, o los dos unidos, camaradas, casi siempre, de una densa niebla que empañaba el paisaje y quebrantaba el ánimo de cualquier apasionado esquiador, eran habituales pasado el Ripollés. Hoy, brilla y cunde el recorrido. Las presuntuosas montañas de este paisaje, sutilmente salpicadas de nieve en algunos puntos, comunican que falta poco para alcanzar los 1800 metros sobre el nivel del lugar de partida. El pavimento está en perfectas condiciones y su anchura parece más extensa libre del relente. Hay que preguntarse por donde llegan hasta La Masella los nuevos esquiadores del fin de semana. Ni un vehículo delante, o en contra, durante el camino que casi dura una hora. El dedo índice ordena descender la ventana sin que la vigilancia ignore la suspendida carretera, e inmediatamente se manifiestan los grados que faltan para sentirse como en casa. Queda lejos en este momento el calor y el tumulto del hogar, aunque dicha acuarela, en algunos aspectos, es mejor que el propio paisaje. Sin reflexionar, el índice se sitúa de nuevo sobre la tecla que ordena al vidrio el movimiento contrario para no perder de vista la perspectiva, y al mismo tiempo, para aislar esta aspereza estacional. Hay más vías para llegar al destino pero esta es la clásica y la más económica porque cuesta lo que vale el combustible, sin más. Deben ir, los nuevos esquiadores de fin de semana, por el túnel del Cadí. Una vez superada la collada se alcanza una estrecha carretera ligeramente cuesta abajo, y tras unas cuantas curvas, a pocos kilómetros, un paisaje por fin blanco, remite a las estaciones de esquí. Primero a la Molina, y más adelante, a la Masella.
Al fin se advierten coches, pero coches parados que obligan a detenerse. Dos policías saludan uno por uno a los conductores y charlan durante 30 segundos, más o menos, hasta que todos dan la vuelta y regresan por donde acaban de llegar. Es fácil especular un accidente o cualquier contrariedad, aunque lo segundo es poco probable a esta hora en la que los auténticos fanáticos de este deporte están deslizándose en las pistas surcando nuevas vías que otros esquiadores seguirán o esquivaran. Aquí, en este preciso instante, estáis los que no tenéis demasiada prisa en calzaros los esquís, o los que no se los fijarán nunca pero les atrae el blanco y álgido paisaje de la Cerdanya. Llegado el turno, una aseveración, la del policía, provoca una perplejidad tras ser expuesta.
-Buenos dias. Ha de dar la vuelta porque hay un tapón considerable y no se puede aparcar. ¿A dónde van?
-A la Masella
-Han de dar la vuelta hasta Alp y entrar por el otro lado porque aquí está colapsado.
- ¿Bajar de nuevo la Collada ?
- Sí, claro.
- Lo siento, seguimos adelante.
Arrogante negativa no exenta de cierta vacilación forrada del deseo de transgredir un despropósito: recorrer 50 kilómetros hacía atrás sin un motivo de peso y a aceptar que hay un atasco insalvable más adelante. De algo ha de servir conocerse el terreno.
El agente de policía titubea un instante: reculas o pasas. Pero enseguida responde: Usted verá. Usted verá, es la consigna que cede el paso hacia delante. A riesgo de errar, usted verá, significa no rendirse a una posibilidad exigua. Hacia delante. Un solo coche avanza hacia el camino adecuado, o hacia un camino lógico. A la derecha, varios coches estacionados se han sometido a una orden vigilante y otros se dirigen a descender la montaña. Una orden similar, pero en dirección contraria, avanza, sin poder evitar un cierto cosquilleo abdominal ante la posibilidad de haberse excedido. La inseguridad cede ante la osadía Unos esquís casi oxidados después de un largo abandono , esperan ser rescatados del olvido por quien los ha de calzar y, ensamblados, descender juntos por un terreno intemperante, avanzando hacia delante ante la certeza de que la intervención del agente es improcedente. Casi tan infundada como la propia inseguridad antes de acoplarse a estos largos patines que aún no se han fijado. Al cabo de 15 minutos circulando por la misma carretera sin atajos ni contratiempos, se consigue el destino sin más inconveniente.
Un día esplendido, más que un día con sol. Más que un día con nieve. Algo más que un día de sol y de nieve. Un día espléndido deslizándose por un terreno resbaladizo, cuesta abajo, viro a la derecha, reviro a la izquierda, y así sucesivamente, hasta llegar indemne al sitio y al intento.
2 comentaris:
La decisión fue acertada. Lo que fatiga es que nos impongan siempre esa necesidad.
Saludos en zig-zag.
Pues no hay otra, que yo sepa;)
gracias por leer.
(mek)
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