· No pienses que persigo a nada ni a nadie. Más bien podría explicarse afirmando que algunos temas me persiguen a mí. Por ejemplo, Paris. Paris siempre me ha atormentado por una razón u otra. La necesidad de manifestarla y descubrirla, de imaginarla aún mejor de lo que es, tal vez. Hay muchas personas que no encuentran nada en Paris, o la concluyen demasiado grande, demasiado profusa, demasiado cara, demasiado hostil. Paris para mí es un refugio o sería un destino claro en caso de tener que huir, o de decidir fugarme un día de locura insalvable. De hecho, ya he dispuesto algunos planes mientras soñaba en hacer planes o soñaba en diseñar algunas coreografías en las que bailo y bailan a mi antojo seres conocidos y desconocidos al ritmo de una música que no escucho pero invento. En Paris se puede escribir sin que nadie sospeche de tus hábitos, se puede pasear en soledad sin que nadie recele de tu aislamiento, se puede conversar con los hombres sin que nadie sospeche más intención, se puede llevar el pelo a lo garçon sin que nadie cuestione tu feminidad. Pero lo que más me gusta de Paris son sus terrazas que están en cualquier calle o esquina. Esas mesitas pequeñas y redondas, de viejo mármol cantoneado de oro metal, esas viejas sillas de mimbre y esos toldos que las cubren del exceso de sol o de lluvia, que configuran la diligencia de cualquier café, bistró o restaurante en las que se han sentado la resistencia, la utopía y la revolución y siguen sentándose personas sin aspavientos, charlando, leyendo o fumando con el pretexto de tomar algo. Me seducen esencialmente y ahora están amenazadas por una nueva aplicación de ley que argumenta que las estufas que las complementan en invierno son contaminantes. Ahora, incluso Paris quiere ser impoluta. Une folie. Una ciudad nunca puede proyectar la escrupulosidad. Es ridículo. Las ciudades, no solo Paris, están para librarse en ellas de lo contrario no tendrán razón de existir y serian únicamente un severo castigo para sus habitantes. Una ciudad ha de proyectarse en los excesos y si alguien pretende librarlas del dióxido de carbono las condenará en su esencia porque no hay ciudad atractiva sin exuberancia y consentimiento. Todos estamos condenados a aspirar a la perfección pero precisamos un lugar para abocar nuestras maldades, antes. En las grandes ciudades se proyectan las plétoras y a ello vamos los ávidos y los insatisfechos. Vamos a contaminarnos de todo en lo que se ha colmado, y a satisfacer nuestra gula antes de expulsarla a nuestro regreso. Una gran ciudad necesita pagar el precio de sus máximas, si no está muerta en vida. Paris me persigue a donde quiera que me dirija, no es el humo, no es el mal vicio de fumar, no es la excusa ni es el rescate, es algo que no puedo explicar de un modo razonado porque tendría antes que desprenderme de mis absurdos planes. En parís.
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