Vengo de un breve paseo por Confianza, calle de mi ciudad que creía desperdiciada y que jamás volvería a pisar. No es que dicha avenida se haya deteriorado únicamente en el lugar donde vivo, donde he nacido, donde considero el lugar del que nunca me ausentaré por mucho tiempo. No. Esta calle la han desmembrado casi todos los gobiernos de Occidente. A pesar de que nosotros, ciudadanos del mundo, les hemos ayudado a hacerlo con nuestra indulgencia, con nuestra manera inquieta y desleal de proceder. A pesar de que hemos sido empujados o nos hemos excitado ante una inagotable oferta, utensilios y lugares nuevos donde las promesas de un día destrozan años de oficiosidad de otros,menos ambiciosos pero firmes, de los que nos hemos olvidado ayudando a su desaparición por alinearnos a este esnobismo que no va a ninguna parte pero toca los cataplines a la moderación y da vidilla a la avaricia. Me había prometido no pisarla de nuevo después de haber paseado largas horas por ella y conocerla de cabo a rabo. La última vez que rondé por sus aceras sentí una especie de tristeza indefinible. No sé cómo expresarlo. No se puede nadar permanentemente contra corriente y no sentir agotamiento, pena o trastornarse. Las calles colindantes a la c/ Confianza, son eternas para caminar y demasiado sutiles para comprender: dispensas, fraudes, codicia, hermetismo, consenso, tiranía, obstáculos, etc. Pero, hoy, inconexa de mí, me he dejado llevar por la intuición que no reflexiona antes de dar el paso y pasa antes de analizar y he vuelto a ella.
Mientras, tiempo atrás, andaba sosegada por su largo itinerario y al tiempo que iba despojándome de su embrujo la imaginaba a mi manera, distinta. La culpa de mi discreto retorno es de un joven indignado que dudo se haya instalado en la plaza de Catalunya. Dice, él, que "hay una sociedad idiota”. Se explica. Los mismos que critican el capitalismo lo alimentan cuando compran en Zara, adquieren un sacacorchos en un chino, comen en McDonalds o llenan sus carros de compra en cualquier cadena de supermercados. Alguien lo tenía que decir. Yo, lo había dicho tantas veces hasta llegar a pensar que era una realidad. Aunque al tiempo que iba diciéndolo iba madurando que esta, mi visión rigurosa del asunto, caía en saco muerto y lo que es peor, era un delirio que había acabado instalado únicamente en mi lógica a modo de fundamento. Podía ser un gran error.
No limité mi desencanto a dejar de pasearla, invoqué, protesté, osé hablarlo en alguna radio local, alegué limitados discursos en los que acababa perdiendo el raund o cediendo la última palabra a mi contrincante. Nada de lo hecho, dicho y respaldado surtía efecto. Alguien lo ha dicho, por fin, y no es un nostálgico, no es una vieja gloria ni un desencantado como yo. Es alguien joven, con un futuro incierto pero cercano, que puede influir en otros, tan jóvenes e indignados como él, aunque por diferentes motivos. La luz es minúscula pero se ve.
¿Somos consumidores libres, tiranos o esclavos?
Si gran parte de la sociedad anticapitalista es idiota no significa que gran parte del pro-capitalismo sea inteligente pero si coinciden en algún punto. Unos no quieren preguntarse y a los otros no les interesa responder.
Buen paseo!
2 comentaris:
No hay que ver al capitalismo como algo bueno o malo en sí mismo. El capitalismo no es más que un instrumento, al igual que el enchufe que tienes junto a la cama. El cómo utilizarlo es cuestión de cada uno. Te puede resultar muy útil si conectas a él el despertador que sonará cada mañana para anunciar una nueva jornada, pero también puedes optar por meter los dedos y que te dé un calambrazo. La calle de la Confianza era suficiente para soportar el tráfico de la ciudad, pero quisieron hacer, paralela a ésta, la calle del Exceso de Confianza, financiada por ese capitalismo global que critica el joven indignado. Y la mayoría se cambió de barrio.
Durante los últimos años, sin experimentar cambios sustanciales en nuestra nómina, quisimos irnos a vivir a la mejor urbanización, tener el coche más potente del mercado y viajar a los rincones más exóticos. ¿Para nuestra satisfacción o para aparentar ser más que el vecino?
La “sociedad idiota” del joven indignado siguió toda esta premisa y ahora es la que tiene que vivir de las migajas que les ofrece el Zara, el McDonald’s y los chinos. Hemos renunciado a las pequeñas comodidades que nos ofrecía el comercio local para cambiarlas por grandes lujos costosos que nos hipotecaron de por vida y ahora tenemos que renunciar a vestir de calidad, comer decentemente y utilizar herramientas de materiales duraderos.
Culpar al sistema es, de algún modo, reconocer que la responsabilidad última pesa sobre quien crea ese sistema, nosotros. Nadie nos obligó a nada, nadie dicta nuestras necesidades. Quienes nos incitan mediante la publicidad a hacer idioteces tan solo son unos listillos, los idiotas somos nosotros por dejarnos convertir en masa aborregada.
Los grandes placeres de la vida rara vez coinciden con lo más costoso.
Petonets.
Acertada y larga respuesta, Gall. Solo cambio el nombre de la 2ª calle por c/Codicia.
te parece? ;)
un petó
(mek)
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