Rumbo al horizonte


Una de las ventajas de tomarse las  vacaciones al inicio del verano es que cuando regresas tienes la sensación que has vivido mucho verano y pronto recapacitas  que solo acaba de empezar. Queda todo el verano por explicar.  En cambio, han pasado por alto la verbena de Sant Joan, los mejillones al vapor, la coca y los petardos, ha pasado de largo  ésta  celebración de un época  que marca la iniciación de tiempos en las terrazas, de pasear pasadas las siete de la tarde, de algún día de playa, de poca ropa y mejor cara,  y lo catequiza con el estruendo de los explosivos de color  que en  Barcelona se hacen impertinentes.  Mientras sonaban sin piedad por la periferia de la ciudad,  un barco avanzaba plácidamente,  lento y decisivo  rumbo al  horizonte. Anochecía cuando el sueño vencía a la fiesta. Si mirabas por la ventana, descubrías una panorámica en la distancia del mismo  sol que, más dócil y aún presente, se  contraía  sin desvanecerse. Al cerrar la cortina, el ritmo biológico que es sabio,  más tozudo que la pretensión  y más insolente que el interés, impone su ley. Al día siguiente os esperaba un día completo de navegación. Para muchos, un descanso ventajoso, para otros, para ti, una manera de aplicarse en aquello que cuando hay muchas cosas que hacer no haces, leer. No te hacen falta estos largos descansos cuando no te sientes cansada. Aun queda energía suficiente para observar, escrutar, para absorber todo aquello que nadie intenta enseñarte explícitamente. Caes en la cuenta que la opportunidad de descansar llega cuando la carga del trabajo no es excesiva. Y caes en la cuenta de que tampoco te exasperan como años atrás. Un libro, o dos, son la solución. Lo demás, contemplación, un poco de escritura y recrearse en mimar el cuerpo  hacen que el día no sea tan largo como temías. Has pedido hora para hacerte una pedicura, práctica que no existe cuando pisas tierra firme. Helen se llama quien te atiende entre un fluido ingles y un parco castellano. Tu, castellanamente influida y con un escueto inglés, le respondes como puedes. En cualquier caso, tanto ella como tú sabéis como haceros entender. En 50 minutos sabes más de Helen que de tu vecina de abajo, y bastante más que de la de arriba. Helen tiene 22 años y es holandesa. Su ciudad natal es Maastricht,  capital de la provincia de Limburgo. Afirma dominar el alemán  tan bien como el neerlandés y el  limburgués.  Por si no fuera suficiente, le gusta el castellano y está decidida a aprenderlo correctamente. En este barco  le esperan diez meses de trabajo y después dos de vacaciones. Su horario es de 8 de la mañana a 10 de la noche con dos horas para dedicarle al almuerzo, la cena o al paseo. Libra un día a la semana. El año pasado trabajo los meses de verano en Mallorca y hace tres en un hotel de lujo en  las islas Canarias. Haces cálculos, está trabajando desde los 19.  Que va ser de ti lejos de casa, nena que va ser de ti…De lo que no  cabe ninguna duda es que ha aprendido a trabajar además de chapotear el castellano, el italiano y perfeccionado su inglés.  Seguro que ha aprendido a evaluar y a  valorarse. A distinguir lo que es importante de lo que no lo es. Ha conocido otros lugares que la han alejado de prejuicios sibilinos,  acercado a otras culturas y parquedades. Ha crecido en casa y esta agrandándose lejos del hogar,  veloz y ligera como una primavera en flor.
Al volver, todo parece estar en el mismo lugar esperando : los compañeros del chat,  los tertulianos de la radio, la calle, el mercado, las webs que frecuentas, la familia que has dejado de atender durante  14 días, un poco de trabajo. Y el verano. Hay por delante un verano y concluye la resolución de unas vacaciones quizá no merecidas pero anheladas.