Releyendo
Confesionario, un viejo libro en el que me apoyo de vez en cuando,
he dado con un ajado articulo de Suso de Toro que recorté y guarde
entre sus paginas por alguna razón. Quizá lo recorté porque eran tiempos de esperanza, de
ingenuidad, de cierta alegría, como apuntaba de Toro. Quizá lo leí,
recorté y guardé por recomendación de alguien, o porque tenía
más fe de la que conservo a estas alturas, y porque en aquellas
alturas todo era posible, aún. No lo sé. El caso es que, en aquellos
tiempos, yo sabía a quien votaba y porqué, el caso es que hoy se
porqué no voto, y el caso es que hoy, diez años más tarde, son
las palabras de Suso de Toro las que me aparecen llenas de ingenuidad.
Hoy
he visto en el metro a muchas personas envueltas en senyeras y
camisetas estampadas dirigiéndose al Camp Nou. Un escalofrío ante
el espectáculo porgue yo no estaba en él. Porque me emociona la
polifonía más que el simbolismo. Personas repletas de ilusión y
confianza yendo hacía un evento reivindicatorio. Iba yo en dirección
contraria de camino hacia lo mio. Tras la ligera emoción un
pensamiento: Mi dosis de patriotismo se ha escurrido entre
inconveniencias y desengaños.
Catalunya
abre España. Suso de Toro. 20-11-2003.
Personas
y colectividades tenemos un mundo en superficie y también un mundo
profundo. En ese mundo oscuro se mueven corrientes invisibles pero
reales y sólo podemos comprenderlo a través de símbolos. A
Catalunya se le han muerto en poco tiempo muchos escritores. Parecía
que se confirmaba algo así como una maldición sobre personajes que
encarnan la palabra, o el sentir, de ese país. A la luz de lo
ocurrido luego, esos dramas sucesivos parecen un precio trágico para
que la comunidad continúe y viva. Quizá esas pérdidas sean un
precio simbólico en esta vida regida por equilibrios, quizá esas
voces arrebatadas fuesen el precio para la alegría con que se
expresó la sociedad catalana. Porque hay alegría en la inocencia y
en la libertad. Y Catalunya se ha expresado en estas elecciones con
gran libertad. La tranquilidad con que lo ha hecho es lo que más nos
llama la atención; contrasta tanto con la amenaza fantasma que nos
irradia día a día la política española. Catalunya tranquilamente
retrató y descompuso el histerismo cerril, la cárcel de miedo. ¿Y
ahora qué? ¿Qué van a hacer? ¿Se acaba el mundo, la guerra
nuclear, el acabose? Ahora ya no es que haya vascos malos, ahora la
España de esencias franquistas, el Escorial, el “Telediario”, el
Titanic… se fue a pique (sin acento). Una España patrimonio de las
comunidades que reciben subsidios, sin las naciones que crean más
PIB, da risa. Así que el señor Aznar, y sus homólogos Bono e
Ibarra tendrán que guardar en la caja fuerte las esencias
imperiales.
No sabemos el Govern que tendrá Catalunya, alguno habrá. Y el que sea, será. Pero lo que nos queda a muchos ciudadanos que no somos catalanes es la alegría que nos dan. Porque nos enseñan a no tener miedo, a ser libres. Y ése es el gran servicio a España. Lo que sea España, estado, nación, monarquía católica, “destino en lo universal”. El resultado de las elecciones catalanas es una oportunidad para desenmascarar la camarilla que lleva emitiendo rencor, xenofobia interna, integrismo y, sobre todo, miedo a espectadores, radiooyentes, lectores de prensa. Desde medios de comunicación madrileñistas se ha hecho mucho daño a la sociedad. Y esos medios ahora no saben cómo explicar, a las personas a quienes intoxican a diario, qué ha pasado en Catalunya y qué va a pasar ahora. Pues nada, que la vida sigue. Ahora los catalanes han roto ese espantajo atemorizador y nos han devuelto el espejo limpio de la vida. Contra toda la propaganda tenaz que difunde el odio a lo catalán, la sociedad catalana es lo más moderno, vivo y sobre todo libre que tiene España. Y sólo nos queda envidiarla. Y aprender de Catalunya. La España facha ha llegado hasta aquí como rancio corsé, armadura rígida a la medida de Aznar, un presidente de Gobierno que se ha empeñado en ser jefe de Estado y retrotraer la historia. No hay duda de que su legislatura con mayoría absoluta pasará, como él quiere, a nuestra memoria, pero como una fase de involución y un intento de restaurar la idea de España franquista. Nos deja xenofobia, telarañas, orín, roña y moho. Queda por hacer una España nueva, donde pueda caber quien quiera, personas y nacionalidades.
Hagamos una España catalana.
No sabemos el Govern que tendrá Catalunya, alguno habrá. Y el que sea, será. Pero lo que nos queda a muchos ciudadanos que no somos catalanes es la alegría que nos dan. Porque nos enseñan a no tener miedo, a ser libres. Y ése es el gran servicio a España. Lo que sea España, estado, nación, monarquía católica, “destino en lo universal”. El resultado de las elecciones catalanas es una oportunidad para desenmascarar la camarilla que lleva emitiendo rencor, xenofobia interna, integrismo y, sobre todo, miedo a espectadores, radiooyentes, lectores de prensa. Desde medios de comunicación madrileñistas se ha hecho mucho daño a la sociedad. Y esos medios ahora no saben cómo explicar, a las personas a quienes intoxican a diario, qué ha pasado en Catalunya y qué va a pasar ahora. Pues nada, que la vida sigue. Ahora los catalanes han roto ese espantajo atemorizador y nos han devuelto el espejo limpio de la vida. Contra toda la propaganda tenaz que difunde el odio a lo catalán, la sociedad catalana es lo más moderno, vivo y sobre todo libre que tiene España. Y sólo nos queda envidiarla. Y aprender de Catalunya. La España facha ha llegado hasta aquí como rancio corsé, armadura rígida a la medida de Aznar, un presidente de Gobierno que se ha empeñado en ser jefe de Estado y retrotraer la historia. No hay duda de que su legislatura con mayoría absoluta pasará, como él quiere, a nuestra memoria, pero como una fase de involución y un intento de restaurar la idea de España franquista. Nos deja xenofobia, telarañas, orín, roña y moho. Queda por hacer una España nueva, donde pueda caber quien quiera, personas y nacionalidades.
Hagamos una España catalana.
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