Un día, seré escritor, dijo. Y puede que quién desea, lo sea.
Todos, alguna vez, nos hemos sentido Gregorio Samsa. No, no he leído el libro, solo me he molestado en buscar algo que me hablara de éste personaje de Kafka. Otro personaje, me lo recomendó, también . Incluso se ofreció a regalármelo, cosa que lamentablemente rechazó mi sentido común que casi siempre va en contra del deseo y la esperanza. Uno, se mueve hacía un lado y el otro, en dirección contraria porque ambos han aprendido como Gregorio, que a nadie le gusta estar en compañía de un gran y repugnante insecto, por norma general un bicho es un bicho, un parásito al que no se alcanza y al que no le puedes complacer con cosas simples, cosas que tienes a mano y no cuesta ningún esfuerzo obtener.
El caso, es que éste desconocido, para mí, personaje, le bastaron cuatro frases cruzadas entre él y yo para pedirme la dirección en la cual me enviaría un libro sin coste alguno, ni material ni afectivo. Al responderle con una negativa, me ofreció la posibilidad de darle una dirección de un lugar abandonado donde hubiera un buzón. Recordé entonces otra historia que quise inventar un día y alguien rechazó con la misma y sórdida excusa. Peor aún, le dije -No conozco ninguna casa o piso abandonado que disponga de un buzón de correo-. Así, de éste modo tan absurdo pero lógico, acabé con la posibilidad de concebir una gran historia y se le acabó, al personaje del que hablo, la posibilidad de emprender una bella historia. Tendrá más, por supuesto, y yo, espero tener más que no acaben siempre con un final frustrado y teñido de sensatez y miedo. Todos, alguna vez nos hemos sentido bichos como Samsa, pero no todos hemos olvidado lo que es vivir acompañados de personas queridas o admiradas que nos vean como parásitos o bichos raros, mientras solo intentamos o esperamos entender alguna cosa de cómo funciona todo cuanto nos rodea.
Mil gracias.
A diferencia del encierro, la sensación que produce el En-cerro no es necesariamente agobiante.
“Sólo desde abajo se puede ver arriba” diría algún sabio de oriente.
El antónimo de En-cerrado es Encumbrado, aunque en este caso, como se puede observar en la segunda ilustración, con un solo cerro alcanza.
Douglas Wright
desde el palco
Mi falta de cultura operística, puede ser un problema para reconocer que obras son dignas y bien simbolizadas y cuáles no. Mi olfato más instintivo que instruido, se decanta a puntuar con un notable al montaje, la escenificación, la interpretación y la dirección artística y musical de Aida. Pero un suspenso para parte de un público, suficiente parte para contarlo, que a priori, parecía acostumbrado al Liceu e instruido en el tema. Por lo que he llegado a la conclusión de que Sostres tiene razón, mal que me pese a veces, y la mediocridad , una gris mirada al entorno y la mala educación, también salpica a los peldaños más altos de una sociedad que cada vez más, parece importarle todo un pepino, salvo su pellejo y propia existencia.
En media hora de descanso, en el primero de los cuatro que hubo, voy al baño. Una vez dentro de éste y ante siete puertas ocupadas y a la espera en una cola semi-ordenada, dos distinguidas señoras de sonrisa fácil, se cuelan por el morro con el pretexto de mirar si alguna de aquellas 7 puertas estaba falsamente ocupada. En los pasillos, mientras anunciaban el último minuto de descanso antes de reiniciar la obra, chicos y chicas con chaqueta roja y pantalón negro, espabilan a golpe de gesto enérgico a todos los que parecen haberse dormido en los laureles en éste mismo pasillo. Y dentro, ya metidos de lleno y concentrados en las pujantes voces que nos relatan la historia de amor entre Aida y Radamés, hay fervientes aplausos al acabar cada acto. En el cuarto y último acto, se repiten los mismos y efusivos aplausos pero también hay mucha prisa. Y de repente, advierto como mientras baja el velloso telón rojo, antes del saludo final de los intérpretes que nos han acompañado durante cuatro horas, empiezan a levantarse personas de sus asientos y a desfilar hacia la salida sin esperar la salida de cantantes, actores, bailarines y director de orquesta. Tenían prisa para coger un taxi o prisa por recoger su coche del parking. Tenían prisa después de haber estado embelesándose de aquel espectáculo. Ignorantes, puede o, excesivamente dispuestos a dejar que fuéramos los demás quienes por deferencia, respeto y agradecimiento encomiáramos a los artistas por ellos. El mundo, parte del mundo y punteo que somos una pequeña parte de mundo, estamos sobrados de todo: de comida, de gasolina, de opciones donde escoger, de amigos, de conocidos, de sexo, de noticias, de información, de espectáculos. Nuestro mundo parece haberse desprendido de la magia que supone dejarse atrapar, ha perdido la capacidad de entusiasmarse o de implicarse hasta el minuto final. Nuestro pequeño y aislado mundo, ha perdido la paciencia, la bella e ingenua paciencia que no solo es útil para ir a hacer un pis. Este minúsculo mundo sufre de convulsión precoz y no aspira ni concede el orgasmo, el orgasmo solo existe en el discurso y el deseo. Lo trascendental no es sentir, lo importante es consumir y poderlo contar: 1,2,3,4….
Bon día
LAS BENEVOLAS
lo dice Le Monde: «Obra maestra es una expresión demasiado gastada para designar algo tan raro.»
lo dice Le Nouvel Observateur: «Una nueva Guerra y paz.»
lo dice Eiger: << Leerlo es una obligación. Yo, solo recomiendo Beluga.>>
Y a mi se me atragantan antes de empezar las 1000 páginas que tiene el libro, de la misma manera que me empacha un largo menú solo con leerlo. Pero lo añado a los preferidos, vale, como acepto una buena cena aunque no me la termine.
La lista, mi lista, la lista de los imprescindibles,son parte de vuestras sugerencias. Aunque mira por donde,se me acabe de ocurrir un buen título para un libro.¿Alguna sugerencia con qué llenarlo?:
El doctor Pasavento. De Enrique Vila Matas (casi leído)
El lobo estepario. De Herman Hesse (pendiente)
La insoportable levedad del ser. De Milan Kundera (leído)
La conjura de los necios. De Jhon Kennedy Toole (pendiente)
El mundo se Sofia. De Jostei Gaarder (leído)
Un mundo feliz. De Aldous Huxley (pendiente)
Las benenvolas. De Jonathan Littell (pendiente)
y Tula, la tortuga...también