Un día, en una sala de chat, en uno de los lugares menos indicados para acertar con una charla auténtica, entro un aspirante a escritor. No consigo acordarme de su nombre, lástima, no lo recuerdo, solo recuerdo que era de Valencia y hablaba en serio. Al menos, creíblemente en serio. Nos contó a los demás usuarios su proyecto ya en marcha del cual tenía escritos 19 capítulos y comentamos entre todos, los pocos que allí estábamos, las derivaciones, a veces, dolorosas y otras veces placenteras del ejercicio de escribir. Estuvimos de acuerdo en unos puntos básicos como son la necesidad que tiene quien escribe de un cierta armonía a su alrededor, de la necesidad de mantenerse disciplinado y tenaz en su tarea casi hasta subyugarse si persiste en él un claro deseo o concepto, también de la de ser pertinaz e intuyo, además, que no hay escritura que pueda incluirse en el género de literatura, que no haga sudar en invierno y pueda ser capaz de helar las manos un caluroso día de verano. El, nos contó en un momento de la conversación, que la mujer de un escritor explicaba cierto día que al terminar un proyecto literario, su marido, tenía el aspecto de una persona agotada, casi con un aire enfermizo. No me extraña tal afirmación ya que en la simple acción de escribir una carta o un mediocre párrafo, observo en mi misma el desgaste de una mayor energía, mucho más que cuando hago cualquier otro esfuerzo físico. De hecho, es un esfuerzo físico de la mente, aunque los brazos y las piernas estén casi inmóviles, aunque el cuerpo este erguido reposando encima de una silla, la mente está cediendo a una idea y la idea convoca la energía a los dedos y, estos, situados ya en el teclado o lápiz, avanzan más o menos deprisa sin dejar de lado a la idea. Pienso a menudo en los escritores, en los que se han expresado a través de éste arte y han conseguido maravillas o determinar su propósito, pienso en los que a través de la escritura son capaces de enmarcar un intención de principio a fin y cuando los imagino, estoy segura de que necesitan un ambiente singular donde no quepan más que cuatro cosas con las que sentirse custodiados, silencio y ninguna perturbación que no sea soberanamente escogida. Y ésta a su vez, puede estar situada encima de la misma mesa donde quien escribe trabaja, en una fantasía que acaba de vislumbrar mientras su mirada se pierde entre las formas del humo que desprende su cigarro, o al otro lado de la calle puede hallarse quien le ocupa y perturba a voluntad. Puede muy bien estar en una ventana del edificio situado frente al suyo y, en la cual, es capaz de olvidarlo todo deteniéndose en la silueta de una persona que se mueve impunemente sin sospechar que alguien, veinte metros más allá, la está observando y, que sin ella imaginarlo, ni desconfiando por un segundo de la paz que siente entre las cuatro paredes que la resguardan, se ha convertido automáticamente, víctima o héroe de la imaginación de alguien que la está ubicando en un tiempo y en un lugar, que quizá le esté sellando por su aspecto una posición o carácter, que incluso tiene la osadía de suponerle, guiado por el color de su sofá o batín, una persona extraña o solitaria y, hasta es posible que sea capaz de otorgarle un titulo o un oficio que no tiene ni en sueños pero debería tener si fuera por quien le observa de lejos. Por otro lado, aunque esta deformada soledad sea fundamental para su ejercicio, quien escribe, precisa saber que un poco más allá de donde se encuentra flanqueado únicamente con sus pensamientos ,de unos pocos y fieles compañeros de trabajo que nunca son Pedro, María o Juan, sino simples objetos de nula movilidad y sin bautizar, están en algún lugar no muy lejano los seres que lo aman y respetan, los que lo abrazan y apoyan, los que se han colmado a su vez y a la vez que el qué escribe cargando y derrochando tinta a raudales, de una propia filosofía para coexistir y pasar aquel tiempo en el que saben que no pueden incluirles porque quien escribe, infiel y casi obsesivamente, dedica algunas horas a su principal devoción sin acordarse de nadie. No es nada fácil escribir como oficio cómo supongo que no deber ser fácil ser un buen carpintero ni una buena enfermera, pero efectivamente, escribir es un acto insolidario de principio a fin en el cual, quien escribe, busca y rebusca palabras, indaga sin descanso sentidos ajenos e inventa a veces sin sentido realidades falsas. Ni cede ni concede su idea a nada ni a nadie hasta haberla exprimido en el más despótico retiro para dejarla libre y a merced de miradas, no importa qué tipo de miradas, con el único y fútil pretexto de disiparse un poco en el tiempo y lentamente imbuirse en un territorio desconocido en cada palabra o frase que es capaz de estampar.
Un día, seré escritor, dijo. Y puede que quién desea, lo sea.
retiro mi escrito de ésta mañana después de escuchar, hace un momento, una entrevista a Gorka Knorr en Catalunya radio.







Todos, alguna vez, nos hemos sentido Gregorio Samsa. No, no he leído el libro, solo me he molestado en buscar algo que me hablara de éste personaje de Kafka. Otro personaje, me lo recomendó, también . Incluso se ofreció a regalármelo, cosa que lamentablemente rechazó mi sentido común que casi siempre va en contra del deseo y la esperanza. Uno, se mueve hacía un lado y el otro, en dirección contraria porque ambos han aprendido como Gregorio, que a nadie le gusta estar en compañía de un gran y repugnante insecto, por norma general un bicho es un bicho, un parásito al que no se alcanza y al que no le puedes complacer con cosas simples, cosas que tienes a mano y no cuesta ningún esfuerzo obtener.

El caso, es que éste desconocido, para mí, personaje, le bastaron cuatro frases cruzadas entre él y yo para pedirme la dirección en la cual me enviaría un libro sin coste alguno, ni material ni afectivo. Al responderle con una negativa, me ofreció la posibilidad de darle una dirección de un lugar abandonado donde hubiera un buzón. Recordé entonces otra historia que quise inventar un día y alguien rechazó con la misma y sórdida excusa. Peor aún, le dije -No conozco ninguna casa o piso abandonado que disponga de un buzón de correo-. Así, de éste modo tan absurdo pero lógico, acabé con la posibilidad de concebir una gran historia y se le acabó, al personaje del que hablo, la posibilidad de emprender una bella historia. Tendrá más, por supuesto, y yo, espero tener más que no acaben siempre con un final frustrado y teñido de sensatez y miedo. Todos, alguna vez nos hemos sentido bichos como Samsa, pero no todos hemos olvidado lo que es vivir acompañados de personas queridas o admiradas que nos vean como parásitos o bichos raros, mientras solo intentamos o esperamos entender alguna cosa de cómo funciona todo cuanto nos rodea.

Mil gracias.

en.cerrado






Atrapado entre dos cerros
A diferencia del encierro, la sensación que produce el En-cerro no es necesariamente agobiante.
“Sólo desde abajo se puede ver arriba” diría algún sabio de oriente.




en.cumbrado






El antónimo de En-cerrado es Encumbrado, aunque en este caso, como se puede observar en la segunda ilustración, con un solo cerro alcanza.


Nótese que, no importa cuán alto esté, el Encumbrado sigue mirando hacia arriba.

Douglas Wright

desde el palco

Asistí el Miércoles, sin muchos ánimos, al Liceu de Barcelona donde se representaba Aida de Verdi. No estaba segura de ser capaz de aguantar las cuatro horas que entre actos y descansos, habían programados. Aguanté sin quedarme dormida e incluso ésta obra dirigida por Daniele Callegari, me pareció más corta de lo que en realidad fue, por lo que deduzco que me gustó más de lo que esperaba , porque si no, me hubiera quedado grogui en el segundo acto, sin remedio.
Mi falta de cultura operística, puede ser un problema para reconocer que obras son dignas y bien simbolizadas y cuáles no. Mi olfato más instintivo que instruido, se decanta a puntuar con un notable al montaje, la escenificación, la interpretación y la dirección artística y musical de Aida. Pero un suspenso para parte de un público, suficiente parte para contarlo, que a priori, parecía acostumbrado al Liceu e instruido en el tema. Por lo que he llegado a la conclusión de que Sostres tiene razón, mal que me pese a veces, y la mediocridad , una gris mirada al entorno y la mala educación, también salpica a los peldaños más altos de una sociedad que cada vez más, parece importarle todo un pepino, salvo su pellejo y propia existencia.
En media hora de descanso, en el primero de los cuatro que hubo, voy al baño. Una vez dentro de éste y ante siete puertas ocupadas y a la espera en una cola semi-ordenada, dos distinguidas señoras de sonrisa fácil, se cuelan por el morro con el pretexto de mirar si alguna de aquellas 7 puertas estaba falsamente ocupada. En los pasillos, mientras anunciaban el último minuto de descanso antes de reiniciar la obra, chicos y chicas con chaqueta roja y pantalón negro, espabilan a golpe de gesto enérgico a todos los que parecen haberse dormido en los laureles en éste mismo pasillo. Y dentro, ya metidos de lleno y concentrados en las pujantes voces que nos relatan la historia de amor entre Aida y Radamés, hay fervientes aplausos al acabar cada acto. En el cuarto y último acto, se repiten los mismos y efusivos aplausos pero también hay mucha prisa. Y de repente, advierto como mientras baja el velloso telón rojo, antes del saludo final de los intérpretes que nos han acompañado durante cuatro horas, empiezan a levantarse personas de sus asientos y a desfilar hacia la salida sin esperar la salida de cantantes, actores, bailarines y director de orquesta. Tenían prisa para coger un taxi o prisa por recoger su coche del parking. Tenían prisa después de haber estado embelesándose de aquel espectáculo. Ignorantes, puede o, excesivamente dispuestos a dejar que fuéramos los demás quienes por deferencia, respeto y agradecimiento encomiáramos a los artistas por ellos. El mundo, parte del mundo y punteo que somos una pequeña parte de mundo, estamos sobrados de todo: de comida, de gasolina, de opciones donde escoger, de amigos, de conocidos, de sexo, de noticias, de información, de espectáculos. Nuestro mundo parece haberse desprendido de la magia que supone dejarse atrapar, ha perdido la capacidad de entusiasmarse o de implicarse hasta el minuto final. Nuestro pequeño y aislado mundo, ha perdido la paciencia, la bella e ingenua paciencia que no solo es útil para ir a hacer un pis. Este minúsculo mundo sufre de convulsión precoz y no aspira ni concede el orgasmo, el orgasmo solo existe en el discurso y el deseo. Lo trascendental no es sentir, lo importante es consumir y poderlo contar: 1,2,3,4….

Bon día

LAS BENEVOLAS

lo dice Semprún: «El libro más importante del siglo XXI.»

lo dice Le Monde: «Obra maestra es una expresión demasiado gastada para designar algo tan raro.»

lo dice Le Nouvel Observateur: «Una nueva Guerra y paz.»

lo dice Eiger: << Leerlo es una obligación. Yo, solo recomiendo Beluga.>>

Y a mi se me atragantan antes de empezar las 1000 páginas que tiene el libro, de la misma manera que me empacha un largo menú solo con leerlo. Pero lo añado a los preferidos, vale, como acepto una buena cena aunque no me la termine.

La lista, mi lista, la lista de los imprescindibles,son parte de vuestras sugerencias. Aunque mira por donde,se me acabe de ocurrir un buen título para un libro.¿Alguna sugerencia con qué llenarlo?:

El doctor Pasavento. De Enrique Vila Matas (casi leído)
El lobo estepario. De Herman Hesse (pendiente)
La insoportable levedad del ser. De Milan Kundera (leído)
La conjura de los necios. De Jhon Kennedy Toole (pendiente)
El mundo se Sofia. De Jostei Gaarder (leído)
Un mundo feliz. De Aldous Huxley (pendiente)
Las benenvolas. De Jonathan Littell (pendiente)

y Tula, la tortuga...también