irrealidades

Cósima, tenía un duende. Era un duende que solía aparecer sobre las cuatro de la madrugada y la hacía despertar de un sueño, a veces, angustioso, otras, agradable y otras veces divertido. Hoy, el duende, se le había mostrado de una manera mucho más clara y sin astucias. Evidentemente, a las cuatro en punto de la madrugada. El duende, aparecía antes de despertarse, en una escena de la vida misma que, en ocasiones, parece y es tan estúpida e irreal como en un sueño. Era un duende enano y se había colado en un extravagante barco que navegaba apresuradamente por un mar extraño, en una casa que parecía la suya y no lo era, en un hotel en el que todos se reunían de vez en cuando pero sin llegar a conocerse, en la larga mesa y en cada paso que hacia junto a sus conocidos, él, estaba allí pendiente de Cósima. La observaba atentamente y le sonreía de forma encantadora y sin ningún temor a ser descubierto, y ella, comprobó que era él, el duende de su sueños, por su tono de voz y porque parecía entre tanta gente, el más grande. Entre asustada por su presencia y apariencia, un enano, y sorprendida porque sabía que pretendía dentro de su pequeño caparazón, no pudo dejar de perseguirle con la mirada y acaparar por completo su atención. Todo lo que iba sucediendo a partir de aquel momento, giraba en torno a aquel enano de sugestiva mirada y la guiaba en sus pasos. ¿Qué hacía su duende mezclado en su vida real? Estaba allí por ella y ella lo sabía. Y aunque el pequeño duende no disimulaba su solicitud hacia ella, Cósima, seguía intentando disimular y esquivarlo movida por los consejos de sus más allegados, hasta que, sin darse cuenta ni saber cómo ni en qué momento, el enano había desaparecido de su sueño, de su mesa, de aquel barco, de aquella maravillosa y extraña tormenta de bolas de hielo, de entre sus antiguos amigos, de su vista. Eran las cuatro de la madrugada. A partir de aquel momento, Cósima supo que aquel enano no iba a parecer más, que su duende se había mostrado tal y como era, sin miedo a decepcionarla. Y dedujo como lo amaba y de qué forma. Entendió, de una vez, que era lo que la despertaba puntualmente cada madrugada a la misma hora. Entendió por fin, que enanos o gigantes, los corazones que coinciden lo hacen para siempre y que en cualquier hora o lugar, pueden asomar.