Evidencia

Son casi las tres de la tarde y voy en metro hacia casa. El metro está lleno y lo ocupan un grupo de estudiantes que no hablan castellano ni catalán con su tutor. Seguramente, se apearan en Lesseps o Vallcarca. Muchos de los turistas que cogen esta línea, bajan el Lesseps para ir al Parc Güell. Otros, mejor informados, lo hacen en Vallcarca porque su camino, de bajada, es más corto y fácil. En el metro hay otras personas, hombres y mujeres que van hacia casa y otros estudiantes, de Barcelona, que se dirigen a la Universidad de Mundet. No me cabe ninguna duda que la señora del abrigo gris con bufanda de color fucsia, es una maestra de dicha universidad. Me lo dicen sus veteranas gafas, sus apuntes que va repasando y sus movimientos, lentos y seguros. También, me lo indica su edad, su cabello plateado y el lugar donde se ubica en el metro, lejos de la multitud. Es fácil distinguir, también, al tutor que acompaña al grupo de jóvenes porque sin ser muy mayor, rondará los treinta y pocos. Sus pantalones jeans, son relativamente ajustados y moderadamente gastados, ni mucho ni poco, su cazadora de piel marrón, es más bien clásica y su gorro de lana negro, no es para cubrir su brillante calva de otra cosa que no sea del frio. Como presentía, bajan en Vallcarca y el metro queda prácticamente desocupado. Es hora de buscarme un asiento, y lo hago casi al final del metro porque así, recorreré menos distancia cuando llegue mi parada. Encuentro, aquí, en el final del largo metro, a la supuesta profesora del abrigo gris, que sin que yo advertirlo, ha ido en busca de más aire y sigue leyendo sus apuntes. Tomo asiento y al mirar hacia mi izquierda no veo nada que me llame la atención. Al mirar a mi derecha, tampoco, pero si cuando miro al frente. Justo delante de mí, hay alguien aguantando el llanto con un sobre blanco en una mano y en otra un papel que lee atentamente. De lejos, no distingo muy bien de que se trata ¿Unos pésimos análisis de sangre? ¿Malas noticias que vienen desde lejos? No. Ahora veo que es un papel formal, de aquellos papeles que solo saben hacer los médicos, los notarios o los gestores. Y veo, también, que bajo el sobre hay unas siglas que reconozco aunque no consigo leer al detalle. Miro a la mujer que con ojos llorosos y gesto contenido, sigue repasando el papel de arriba a bajo y de abajo arriba, como intentando descubrir un detalle oculto, o algo que comprenda definitivamente. No lo conseguirá. Es un finiquito. No hay nada que comprender en estos finales a no ser que sea la cantidad que indica abajo a la derecha. No hay ningún mágico secreto esperándote tras ellos, ni ningún duende que te indique el por qué están hoy entre tus manos y el camino que te espera. No hay nada que comprender, excepto, comprobar que la cantidad que te han asignado es la que te corresponde, tu presunta incompetencia o la gran mezquindad de algunos. No me extraña nada que sientas ganas de llorar. Sea lo que sea lo que tengas que comprender, no hay nada positivo que entender a corto plazo ni lo hallarás en éste papel. Y ahora, por fin, leo las siglas del sobre. Efectivamente, Sorli-Discau. La mujer de ojos llorosos, desaparece del metro, a mí, me quedan dos paradas para hacerlo.