Dije, no hace mucho tiempo, que tenía una no muy buena intuición y que, probablemente, era la última vez que veía a Serrat cantar en directo. Lo vi apagado, lo vi con un aire triste como alguna de sus canciones que hacía años que no interpretaba. Me equivoque, y lo celebro. Ayer, vi a un Serrat íntimo, socarrón, incluso un poco simpático y al final, como si se arrepintiese de la burla que nos acababa de brindar, tierno.
En el escenario del Auditori de Sant Cugat, estaban los cuatro que me interesan, realmente: Miralles, su piano, Serrat y su guitarra. No hace falta más si lo que quieres es disfrutar de sus canciones y de la brillante música que lo acompaña. Lo demás sobra y por eso no comprendo como a alguien, se le ha ocurrido montar un espectáculo que no sé cuando se estrenara ni me afecta, con los temas de Serrat bailados en un escenario. ¿Cómo puedo relacionar un Mal son per entregues, manifestado en baile? O la Tieta, o Pare, y Mediterráneo? ¿Cómo se puede asistir a un espectáculo donde uno, dos o tres bailarines compitan a base de mover sus pies y brazos con , M’en vaig a peu? No, es imposible. A Serrat hay que escucharlo y como máximo mirarle, mientras dejas que te empuje la melodía que engrandece Miralles con su piano. Es una locura esta propuesta, como lo fue en su día cambiar a Miralles por otro arreglista. Es una temeridad pretender que una coreografía nos explique cómo es Benito o Elena. A mí, me gusta el Serrat que vi ayer, y si puede ser, en un sitio parecido como el de ayer, en el que éramos, contando largo, novecientas personas. Y me gustaría, algún día, poder acompañarlo tatareando sus canciones mientras canta, desde mi asiento, como pienso que lo acompaña el público de Buenos Aires, que debe ser mucho menos medroso que lo es el público catalán y mucho más expresivo. Aquí, solo se le acompaña cuando canta Paraules, y tan tímidamente, que él, ha de alzar el brazo una y otra vez para que se escuche nuestra voz que por vergüenza o por prudencia, se escucha muy, muy bajo. Los catalanes, somos así, prudentes y contendidos y Serrat lo sabe, y como lo sabe, en esta etapa de su carrera incluye bromas, chistes suaves e historias cortas que nos hacen descargar entre risas que surgen del sentido del humor que hemos desarrollado con tantos años de mala entendida cordura y de algún, pocos, bravos. En Argentina, debe ser muy distinto un concierto de Serrat, y es por eso, que si surge una oportunidad, algún día volaré hasta allí, solo para verlo cantar a él y poder cantar junto a todos los que nos sabemos de p a pa, sus temas y no tenemos por qué callarnos. Solo así es posible disfrutarlo a estas alturas de la película en la que él y nosotros hemos visto y escuchado un poco de todo y no hemos aprovechado casi nada. O tan poco, que como él, tenemos la sensación de que algo corre tan aprisa que no nos dará tiempo a cazarlo si no espabilamos. Y, aunque este algo no sea gran cosa, no queremos que se diluya entre los dedos como si nunca hubiera existido. Cantarlo y oírlo cantar. Sentirlo, y profesarnos con derecho a sentirnos. Bailarlo, ha sido es y será siempre, imposible.
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