Mirando al mal, soñé.

Acabo de leer un artículo interesante, en un periódico catalán, con ciertos toques de enajenamiento que me sobran y con un punto de irreverencia que me estorba. Pero, aparte de esto que debe ser cosa mía, de mi estado anímico, el resto del contenido ha drenado hacía lo interesante. Habla de la maldad. Lo hace usando la segunda persona del singular, como lo hago yo, a veces, cuando escribo. Es un recurso literal, sí. Un recurso para evitar el sonido del sermón generalista del “NOS”, y del egocéntrico “YO”. La tendencia, cuando escribes algo que te motiva, es de usar el primero, pero al repasarlo, enseguida ves que dicha generalización es demasiado irrebatible cuando tratas, simplemente, de explicar una sensación, no consensuarla ni imponerla. Dicho artículo habla del mal, del mal que todos sabemos que se halla en cada uno de nosotros y brota según la situación y la compañía que nos corteje. A veces, incluso, puede brotar sin ayuda de ninguna clase y aparecer en nuestra imaginación como una visión o en forma de sueño. El mal, está en nosotros, sí. Lo afirmo con el NOS, porque es un hecho constatado, no una impresión particular. Ligaría un poco con algo que escribí, no hace mucho, que hablaba de una línea. Que hacía referencia a los de arriba y a los de abajo. El mal puede vencer nuestra voluntad si lo relativizamos y lo acomodamos a nuestro antojo. Es fácil detenerse en él, porque a veces, sin más, nos hace falta sentirlo, nos hace falta diferenciarlo o expresarlo. Recordemos algún comportamiento en nuestra infancia, no lo suficiente moldeada, aún. ¿Y quién señalaría a un niño como un ser malo? Es fácil caer en los dominios del mal, porque, claramente, se nos aparece en cada paso que damos cual tentación irresistible, muchas veces. Es cierto, que además, el mal, lo mismo que el bien, son conceptos aprendidos bajo un fundamento que no siempre es igual para todos. Es verdad, que si yo he nacido en una familia más o menos equilibrada y tú en una que carece de puntos de referencia sólidos, tu concepto del mal y el mío serán distintos. Es verdad, igualmente, que si tú has obtenido una educación católica y, yo, una mahometista, veremos el mal situado en distintos frentes y lo concebiremos diferente. Pero, y aquí me agarro y ahí me apeo, por encima de ideales y religiones, de círculos e influencias, hay algo en lo que todos podemos confiar, en lo que todos podemos invertir algún esfuerzo y esperanza y, algo en lo que todos podemos confiarnos y confiar, es la ternura. Porque aunque muchas veces la olvidemos o nunca la hayamos gozado, la ternura lo mismo que el mal, sigue ofreciéndonos la oportunidad de brotar en cualquier momento, pero, no tiene medidas ni credos. Está en nosotros, sentada al lado del mal. Saber ofrecerla o recibirla, es cuestión de aprovechar la oportunidad cuando surge, y una vez se ha probado, nunca más puedes renunciar a ella completamente. Por mucho que el mal mariposee cerca de ti, es imposible olvidar la influencia de un gesto colmado de ternura, y acaba imponiéndose inquebrantablemente, como golosina en la puerta de un colegio. La ternura puede con todo, incluso con el mal, solo puede resistirse a ella alguien, necesariamente, imbécil.

2 comentaris:

Beatriz ha dit...

Me gustaria que fuese así. Que la ternura fuese tan fuerte que derrotara al mal dañino y caprichoso.

En cualquier enfermedad el veneno se combate con veneno, no sirven las palabras, ni las caricias bienintencionadas.. Y en la práctica de lo real, a veces, y en diversas ocasiones, lo certero es más sencillo de lo que piensa nuestra racionalidad.

Un beso Mek

rosa ha dit...

A mi también me gustaría, por eso lo imagino;)

gracias por tu visita.

Un beso