Cuando cobras por un trabajo, tu esfuerzo queda compensado más o menos. Pero, el hecho de cobrarlo también te exige responsabilidad. En el hecho de cobrar va incluido el hecho de corresponder, necesariamente...
No es costumbre, de cualquier manera, darse y después pedir. No es costumbre, recibir y al cabo de mucho tiempo, tenerlo que compensar. Y es mucho menos habitual recibir durablemente sin tener que dar nada a cambio. Cuando sucede lo primero, nos descolocan. Imagínate que alguien que está brindándote un esfuerzo a diario durante tres años, altruistamente, de repente, te pide una compensación económica a dicho esfuerzo. Puedes tomártelo, de entrada, a broma. Puedes tomártelo en serio y recapacitar que lo que has obtenido sin compensarlo, ha tocado fin y llega el momento de medirlo y desagraviarlo. O puedes, simplemente, decidir prescindir de ello porque no puedes o quieres pagarlo. Hagas lo que hagas, no será de fácil decisión, porque no ha estado en el guión desde el principio. El trabajo, es justo compensarlo y es legítimo indemnizarlo, pero, decidir lo que es ineludible para uno mismo, es más complicado. Puede que cuando alguien te solicita una compensación por un esfuerzo, caigas en la cuenta de que quien te la pide, ha hecho un esfuerzo donde pensabas que había excelsitud. Puede que en aquel momento caigas en que la excelencia no es tangible, solo imaginaria y has simbolizado más de la cuenta durante demasiado tiempo. No te molesta pagar por recibir. Es algo habitual. Te molesta que quien te solicita, ahora, su compensación, no lo haya hecho desde el principio. Porque ahora, tienes que decidir si su esfuerzo te es prescindible o no. Una vez, hace tres años, vivías sin él. Una vez, hace unos cuantos años, alguien te lo puso en bandeja sin pedirte nada a cambio. Unas veces, te ha incomodado, otras, te ha ayudado y algunas entretenido. Pero, ahora, que te ha acompañado durante unos años, te brinda el dilema de pensar y decidir, si para ti su esfuerzo es excusable o necesario. El problema, es que no hablas de una empresa. El esfuerzo de alguien, te ha acompañado y de gratis, pero tú, no has ganado ni has perdido dinero con éste. El problema, es que no se trata de una ONG. No hay al otro lado un desamparado, ni un hambriento. Y el otro problema, es que no estás segura de que la excelencia que hasta ahora creías inmaculada, siga conservando incólume la extraña relación entre tu costumbre y la de otro, que durante tres años, ha sido desinteresada. El problema no está en que tu tengas que pagar por algo, el problema reside en que alguien intente cobrar, ahora, por algo que hasta ahora, ha sido un regalo. El dilema pues, no está en lo que a dicha persona le hace falta o no, el problema es decidirte entre lo que te hace falta y lo que consideras trivial. El problema, la verdadera dificultad reside en cambiar de perspectiva y ver lo que hasta ahora has observado como gentileza, prosaico.
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