Síndrome o exceso




Se olvidan también, que las guerras matan, los aviones se caen, los barcos se hunden, los volcanes revientan, los leones comen carne, y cada Titanic, por barato e insumergible que lo venda la agencia de viajes, tiene su iceberg particular esperando en la proa.


Así concluye un artículo de Pérez Reverte opinando sobre los que parecen sufrir el síndrome del Coronel Tapioca. Me ha parecido bastante oportuno cuando empezamos a asistir a un suceso tras otro que nos enseña la cruda realidad y que fuera de nuestro mundo, hay otros mundos que no alcanzamos y que deberíamos, al menos, no mancillar con nuestra superioridad ni pretenderlos conquistar con nuestros humos, que si bien pueden surgir de buena fe, no dejan de ser igualmente, estúpidos.

Al contrario, a falta de un Creador todopoderoso, hay que inventarse Mecenas de desdichas cuando más lejanas en distancia, mejor, y no faltan incitativas, turistas ambiciosos, voluntariados, incluso, directores y empresarios, qué se arriesgan en nombre de la humanidad a repartir compasión, a perderse en ellos para compensarles con caravanas llenas de restos de nuestros excesos. No se olvidaran de la cámara que grabará casi todo cuando acontezca durante estos largos y caros descansos, ni la libreta donde anotar cualquier detalle que los incluya en la posteridad. Todo un currículo bien constituido si no fuera porque, en las cajas repletas de miles de atrevimientos y limosnas, no hay incluido la observancia de saberse, moneda de cambio, e intrascendentes en un mundo cruel y hambriento.