Tal día como hoy

Barcelona, 2-01-2010

 Acostumbran a inspirar mi escritura emociones intensas de cualquier carácter tamizadas con algo de espacio entre estas y lo escrito. Acostumbro esperar unos días, y a canalizarlas en escritura porque es este el cedazo que solicita una emoción u opinión, en mi caso. De lo contrario, estaría solo descargando y dedicando a otros, aunque sean pocos, mis arrebatos. Y no es para eso el instrumento que utilizo para convertirme en proporcionadamente soportable, o para comprender mis subes y bajas a menudo, discutibles e injustificados, más bien todo lo contrario. Pero, en este caso, es distinto porque existe el peligro de no tener nada que decir de aquí unos días, o existe el riesgo de no tener nada que transformar. No lo sé. Y además, si soy capaz de dedicarle una palabra a una larga cola, ¿no he de hacerlo con quien ha estado rodeándome once años?


Laska, entró en casa cuando media poco más de un palmo por aquello de complacer a un niño testarudo con sus ideas, de siete años. Nunca fui entusiasta de los animales, por miedo a ellos o a mí, de no saber adaptarnos, pero, ya sabemos que las madres somos capaces de sortear cualquier limitación solo imaginando feliz a un hijo. Y también es sabido que a menudo e inconexamente, cedemos a insólitos caprichos por cierta impulsión desenfrenada.
Su piel, de color canela destacaba al lado de la negra camada de fraternos que la acompañaban tumbados sobre aquel montón de borra en un stand al que acudimos una pre-vigilia de Reyes. Además, era hembra entre cinco machos. Si ha de ser, que sea ésta –dije- vencida por la ternura de aquel minúsculo animal y la insistencia de un hijo tantas veces no tomada en cuenta.
Viajó desde el Moll de la Fusta a casa escondida en mi regazo bajo el calor de mi anorak marrón. Casi se perdía. Al llegar a casa, dispusimos todo de cuanto disponíamos para que el animalito echara en falta lo justo, y también al día siguiente, intenté que comprendiera, tal y como había leído en un libro años antes, que un trozo de periódico era su wáter, en espera de poder salir a la calle al cabo de un mes y medio, más o menos. Al escapar su primer pis, la situamos inmediatamente encima de la hoja de papel y así, lo seguimos haciendo durante aquel, su primer día entre nosotros. Fue fácil. En dos días, Laska, había entendido que tenía que hacer para convivir armónicamente en casa. También puse como condición no ceder a sus exigencias mientras estábamos sentados en la mesa, ni a acudir a sus ladridos, enseguida, si no cuando estos cesaran, tanto de día como de noche. Fue fácil. Al poco tiempo, Laska había entendido que ladrando no conseguiría nada que fuera comida ni atención. Pero, si en cambio, después de haber solicitado nuestra presencia, su agua o su paseo, en silencio. Cedí, en cambio, al hecho de que durmiera en la habitación de su pequeño y testarudo amo. Para conseguir, siempre hay que ceder en algo. Esto, fue facilísimo.
Laska, ha sido una perra con carácter, vigilante, complaciente, y aleccionada además de cariñosa. Enseguida supo distinguir que era la única salida para convencerme de que hasta yo, podía convivir con un animal. Por complicaciones personales, cuando ella tenía ya tres años, más o menos, intente convencer a su joven dueño que deberíamos buscar a una familia que pudiera atenderla con mas dedicación, incluso facilitarle el ser madre, como cualquier hembra espera serlo un día. Hubo, por parte de mi hijo, un rechazo efusivo y también razonado a mi intención, y de nuevo, cedí. Años después, Laska cediendo a su glotonería insaciable, se trago un hueso de melocotón y tuvo que pasar por el quirófano dos veces en un año. Sucedió porque nos resistimos a ponerle bozal y un melocotonero borde de un vecino ausente, que desprendía sus ramas por encima de nuestra reja y de ésta, a veces, cedían bordes melocotones, le costaron dos veces la misma cosa. Años después, le han diagnosticado una masa tumoral que no es operable y al cabo de ocho meses acabará con ella. No ha sido fácil.

Los niños, no siempre son responsables de lo que hacen y dicen,pero a menudo,tienen razón. Un perro debería entrar en la vida de cualquier persona que dudara de su compromiso afectivo con él. Ceder a un perro, en cambio, no es ceder un momento, es ceder a una responsabilidad durante años,y conceder algo de espacio, un poco tiempo y a cambio obtener muchos momentos de lealtad y satisfacción. Cuando un niño quiere un perro hay que suponer que el niño está en una edad de asumir lo que significa tener un ser vivo bajo su responsabilidad. Antes, es una imprudencia. Lo demás es un poco disciplina, bastante constancia y mucha buena suerte. Laska ha sido la buena suerte.

6 comentaris:

Valle ha dit...

Lo siento de veras Mek, yo también por causas similares hace muchos años que he tenio perros, casi siempre varios, que por distintas causas, a muchos los he ido perdiendo. Con casi todos tuve suerte y con algunos sufri su falta. Un beso. Valle.

Anònim ha dit...

La verdad, es que no pongo más perros en mi vida;)

gracias por comentar, valle

un petonet

Anònim ha dit...

Tú sabes que te comprendo.

Por cierto Mek. Tienes algún libro publicado hija mia, porque escribes de vicio.

Besos

Beatriz

rosa ha dit...

No, no!, gracias por dudarlo, por leer y por el cumplido.


petonets;)

Gallium ha dit...

Dicen que los perros se acaban pareciendo a sus amos. Si éste es el caso, no te doy ningún mérito por haber aguantado a un ser tan excepcional.

:P

besos.

rosa ha dit...

Poco mérito hay, desdeluego. Casi todo es genética ;)