Al
abrir la nevera reparas en lo sofisticado que se ha convertido cuanto
nos rodea en poco tiempo, y también en su falta de idoneidad. No es
ella la inepta, si no lo que contiene, en cualquier caso. Imaginas
que, anteriormente al invento, la vida tenía que ser un poco más
embarazosa pero no tienes memoria de historias con daños
colaterales, ni en la familia ni en el vecindario en su ausencia. En
tu nevera hay lo necesario y una serie de cosas condenadas a terminar
en la basura. La mermelada, por ejemplo, termina en el cubo antes de
vaciarse completamente. Parece ser que el tarro tiene un punto
inasequible donde su consumo se detiene hasta que su contenido es
incomible. Lo mismo sucede con la salsa de tomate que has preparado
antes, con esmero, y decides guardar la mitad en un recipiente de
cristal donde esperará ser la alegría de un plato de pasta, o con
la mayonesa de huevo que siempre sobra, o con el resto de un gazpacho
que se oxida en un santiamén antes de haberse consumido totalmente.
Observas, a tu izquierda, que en aquella pequeña caja, que aún no
sabes para qué sirve exactamente, se han acumulado unas pequeñas
bolsas con salsa kétchup que ni les hace falta estar en la nevera ni
sobre las patatas fritas. Intuyes que la utilidad de dicha caja
consiste en guardar este tipo de remanentes u otros parecidos. En el
compartimento de más abajo, en la misma puerta, hay un brik de leche
de almendras que no recuerdas desde cuando está ahí, por no hablar
de las botellas de vino rosado, blanco, y una de vermut que ocupan un
generoso espacio desde las ultimas Navidades. Siguiendo la mirada
hacía arriba , ves un pequeño tarro de mostaza Au Miel que
alguien compró y tiene el mismo futuro que el de la mermelada de
mango y piña llegado a su punto imposible, otro, mucho más pequeño,
con restos de un insulso sucedáneo de caviar que en su día
utilizaste para adornar un pastel de atún que no duró lo suficiente
para tener su tiempo al fresco, otro bote, más bien chato, con una
salsa de pistacho venida de Amalfi que no convenció pero conquistó
un lugar en el frío contenedor, otro con la mitad de tu ajope
que tiene el cometido de socorrer los tristes lomos de cualquier cosa
a la plancha, detrás de estos, descansan dos bolsas de queso rallado
abiertas, probablemente el mismo día, un bote de remolacha por
abrir que da color al estante, y algo que nunca falla, ni en esta ni
en cualquier nevera, jamás, es un yogur caducado y una botella de
Coca-Cola casi vacía...Pero, a parte de esto y de estar ocupada por
todo lo demás, sólidos y líquidos que serán huéspedes por tres o
cuatro días, cualquier frigorífico es el armario de la casa al que
todos echan mano sin saber muy bien con anterioridad el qué y el
porqué. Por tu experiencia sabes que en éste tanque refrigerador,
es habitual quedarse parado mirando en su interior antes de decidir
que se va a extraer de él, como si al abrirse expandiera un vapor
embaucador que inmoviliza al que lo abre y lo embelesa durante un
buen rato. Una nevera es, en consecuencia, un aparato útil por
distintas razones: refresca, conserva y seduce. Y también es el
hábitat donde albergamos elementos antagónicos, el lugar ideal en
el que acumular gérmenes a los que podemos claudicar fácilmente, un
contenedor donde guardar, in saecula saeculorum, lo que no
utilizamos ni utilizaremos, y el sitio más inadecuado donde quedarse
pasmado.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada