Me despierto y es madrugada. Las tres y diez. Quizá porque hace hoy muchos años, nací, a ésta misma hora y quería celebrarlo, sola, antes que acompañada y de la única manera que ahora puedo, escribiendo. O porque me regresan a la cabeza algunas cosas que dije y olvidé, otras que nunca las olvidé, y otras que aún no he dicho. Puede que, seguramente, no sean las cosas que yo dije, digo, o he de decir las que dan vueltas en mi cabeza otra vez sino las cosas que alguien me dijo y dice. O tal vez no, puede que no sea lo uno ni lo otro y todo se reduzca a una mala digestión por culpa de un trozo de quiche que hasta hoy consideraba mi capricho pero que a partir de hoy, juro, no volveré a comer. La cuestión, es que son las tres y treinta y estoy levantada porque palabras, años, cena o fantasmas me han desvelado. Da vueltas, del mismo modo, algo muy hermoso que he leído hoy. Era un párrafo corto de no sé quién. Hablaba de alguien que ama a alguien en el límite de un astro. Hablaba de alguien que considera la capacidad de amar de alguien, inagotable. Eran diez líneas profundamente expresadas o minuciosamente escogidas. En estos días en que todo se acaba enseguida, que nunca hay suficiente de nada, que se oyen más quejas que gracias, que nadie parece estar sobrado de ilusión ni sentirse muy feliz, lo que he leído ha de ser considerado y realzado. Si se siente, pues mejor. Como también tiene que elevarse la valentía de un hombre de letras que pide perdón a unas mujeres porque en su oficio existen personas que ofenden una y otra vez y no lo hacen. Era hoy, también, que he escuchado a un escritor explicar que la Reina Isabel de Inglaterra, cuando descubrió la pasión de algunas de sus lecturas, también se descubrió como persona. Puede que tantas cosas buenas, bellas o dignas no sean digeribles en un solo día ni en una sola noche y, por eso, ahora, esté aquí escribiendo en vez de estar durmiendo.