(El Tricicle)
Spamalot
Hacia tiempo que no pisaba un teatro, tanto como 5 meses, o más, y teniendo en cuenta que vivo entre la ciudad y los 40km que la separan, algunos meses al año, es demasiado tiempo, sí. La oferta es buena y la calidad de ésta va creciendo a medida que hay más oferta y competencia, que son las circunstancias que hacen que algo se vaya al traste, o mejore. Ayer, fui a ver Spamalot, un musical original de Eric Idle y Jhon Prez, versionado y dirigido por el Tricicle , una adaptación de la mítica película Los Caballeros de la mesa Cuadrada y sus seguidores, de los Monty Python. Lo pasé muy bien. Me gustan los musicales, pero en los que he visto últimamente, o me aburría o echaba en falta cierta gracia para poderlos destacar. Este musical , se estreno a primeros de Septiembre y en el, el Tricicle no aparece pero se intuye en cada acto y gesto de los actores que, acostumbrada a verlos en otros registros interpretativos en obras de teatro, en programas de tv o series, aquí sorprenden y divierten por su apto modo de interpretar con sentido del humor y naturalidad una obra que solo hace resaltar la ridiculez de muchas proezas y leyendas que han pasado a la categoría de místicas o nobles. Un sola pega, que para mi no lo es pero sin duda llenará algún articulo de la critica experta: es toda en castellano. No hubiera sido muy complicado hacerla toda en catalán, y menos, estando dirigida por el Tricicle, pero teniendo en cuenta que las obras que ellos han producido, dirigido e interpretado eran mudas y universales, porque los gestos aún lo son, es un enigma saber en qué idioma se sienten más comodos, y porque imagino, tienen previsto hacerla girar por bastantes sitios de España. Si así es, y necesitáis pasar un buen rato, idla a ver.
Iba en el metro cuando ha caído en mis manos un suplemento de CRISI. Un diario gratuito que se reparte en las entradas y salidas del metro. ¡Oh Robin Hood , ha aparecido! Hace poco, en el chat comentábamos una idea parecida. Unas, hablábamos, otros, desde su escondite virtual, leían. Espero que estos últimos, no pensaran que éramos cómplices de este personaje que en nombre de la justicia, la libertad y la insumisión, quiere cooperar a destruir un sistema que hace aguas, o al menos, de ponerlo más en evidencia de lo que está. Y si lo pensó, tampoco pasa nada pero me gustaría aclararlo y evidenciar que hay coincidencias y casualidades bien curiosas y , que la idea de éste individuo ha pasado por más mentes que la idea de operarse el tabique nasal, que ya es decir. Solo que las ideas no son nada hasta que un Robin Just, (roben justo) reaparece en nuestras vidas y nos testifica que es posible. En Barcelona, han leído este diario más personas de las que verán hoy las noticias. Pero, y a pesar de todo, no cambiaran sus costumbres ni recurrirán al celo, ni al tipex ni a una fotocopiadora para imitarlo, aunque si su idea prosperase minímamente y a todos nos diera por esconder el dinero en nuestras casas e ir a pagar nuestras facturas en taquilla, como antaño, tendremos más cacos que banqueros en poco tiempo. No sé que es peor.
Aballach
Sentarse en una terraza de Alexandria no es muy distinto que hacerlo en una de Roses o Illescas. Uno, decide sentarse a tomar un refresco o un café para pararse y contemplar a los que pasan y algunas veces, sencillamente, a leer la prensa del día. Al sentarse y parar un rato, se intenta detener el camino para poder descansar, reflexionar o meditar sobre visto o lo que queda por mirar. Es, como digerir una abundante primer plato que te ha satisfecho y necesitar poner un punto y coma antes del segundo . Lo único que varía, respecto a sentarse en una terraza de Barcelona o de Vigo, es las expectativas que hay delante de nosotros y las ilusiones o decepciones que trasladan nuestro empeño.
Aballach, siempre se sentaba en una de las terrazas de los lugares a los que viajaba porque desde la perspectiva que le ofrecían éstas, le era mucho más fácil llegar a ser otra persona, un personaje inventado o leído a lo largo de sus viajes en tren, barco o, a través de los aires, con el que le gustaba jugar y distraer a los que lo observaban o decidían acercarse a él. Aballach, cuando se detenía en una terraza de Nápoles o en una de la confusa ciudad del Cairo, no era pura y simplemente para descansar sus pies o su perspectiva. Necesitaba detenerse en un lugar tan solicitado, tan lleno de personas alrededor, para que alguien de todos cuantos tenía a merced de su visión, escogido por el mismo, lo transportara y colaborara a transformarlo en uno de los personajes que, de algún modo, admiraba. A veces, pasaba todo su tiempo sin intercambiar ninguna palabra con nadie, simplemente, detenía su atención en el título del libro que parecía solazar al ocupante de su vecina mesa, o estancaba su mirada en el voluptuoso andar de alguna dama burguesa que impulsaba su pequinés, vestido a juego con su exclusivo bolso, mientras la imaginaba esposada con un aburrido concejal del lugar. Unas veces, podía ser el Sr. Pasavento e ir tras la recóndita casa donde vivió Marx en Paris. Otras, se convertía en un perfecto gentleman para adular o desconcertar, sin manías, a las mujeres que se fijaban en el. Entre su mente y su vida real, había mucho distancia física pero al mismo tiempo, una gran entrada abierta de par en par que traspasaba con cierta comodidad y un largo y sugestivo camino que recorría con pericia para conseguir alcanzar a cualquiera de sus héroes. No me pregunten qué le impulsaba a hacer el mismo camino siempre desde otro lugar. Lo mismo que a cualquiera de nosotros le empujan algunos disparates que se convierten en rutina y se perpetran a lo largo de la vida, evangelizados en necesidad, imagino, pero que no son en ningún caso brillantes. Aballach, era brillante y sabía que era de las pocas cosas que poseía ciertamente. Sabía, a ciencia cierta, que ser otra persona cuando a nadie le importaba su verdadera identidad en el fondo, lo hacía sentirse bien, lo hacía realmente libre. Porque en este fondo al que se refería Aballach, a nadie importamos realmente. Nadie le esperaba y a nadie le daba el privilegio de esperarle por más que evocara alguna espera. Sin esta capacidad para ser y no ser, no hubiera podido aparecer en la isla de Capri y no volver a descubrirse hasta llegar a Luxor. Era tan dueño de sus personajes como del tiempo que los cobijaba mientras disfrutaba en cada lugar de las mismas cosas y buscaba por distintos lugares, desde otro punto del planeta, sentado en otra terraza y urdiendo, inocentemente, a otras personas que le descubrían sin poseerle ni segar su libertad. Era feliz de este modo, al menos, no era tan infeliz improvisándose a sí mismo y demostrando a todo aquel que decidía acercarse hasta él, que la única manera de que lo conocieran realmente, era siendo siempre quien le apetecía ser. Un iluminado filósofo o un versado psiquiatra. En Paris o en Fez, en Damasco o en Granada. Y, sin que nadie esperara su llegada. De éste modo, supongamos, siempre habría alguien imaginando, igualmente, su alegórico regreso.
Los santuarios
Me gustaría hablar, un poco, sobre los santuarios particulares. Lo haré desde el punto de vista que yo entiendo por santuario particular. Para mí, un santuario particular, es, un lugar donde puedes velarte sin ser molestado ni interrumpido por algo que no sea inaplazable. Un lugar, grande, pequeño o mediano, donde otros, o los que viven contigo, saben que no deberían acceder aunque puedan hacerlo porque no hay candados que lo afiancen e, incluso, en el que pueden llegar a sacar sus propias conclusiones sobre éste. Un santuario particular, es como la casa de uno dentro la misma casa que, al mismo tiempo, es de otros. Un santuario particular, es el lugar donde por fin hallamos nuestro tiempo en otro espacio muy distinto en el que nos movemos el resto del día. No hay santuario particular si no hay intimidad plena. No hay santuario particular sin respeto, y tampoco puede haberlo sin confianza. Una intimidad que es efímera pero necesaria. Un respeto que no ha de solicitarse pero se acaricia y siente. Una confianza que no se compra ni se vende, pero se da y se recibe creyendo en nuestro instinto y amando nuestras propiedades emocionales de tal forma que seamos capaces de comprender y honestar las ajenas. Un santuario particular, es un lugar donde puedes imaginar cualquier cosa y dejarte llevar sin cometer ningún delito que no sea perder tu propio tiempo e invertirlo en cosas, banales o no, que escojas libremente. Para que exista este santuario particular, antes, debe haber un santuario interior mental que nos incite a buscar el físico. A veces, es bastante complicado hacerlo y el santuario particular mental, cede ante la imposibilidad de ajustarse a un orden que no es el preferido pero en el que no queda otro remedio que adaptarse, pero siempre bajo la esperanza de recuperarlo. En ocasiones, nuestro santuario particular, se ve violentado temporalmente, con lo que el mental también se verá traspuesto de alguna manera. Esto sucede cuando hay personas alrededor que se obstinan más en las cosas ajenas que en las propias. Sucede, también, cuando la desconfianza de alguien supera el límite e invade el de la nuestra. Sucede cuando las sospechas ganan a las realidades y se convierten en afirmaciones y en el estandarte, el cual, además, hay que extender y predicar para que pueda desarrollarse. O sucede cuando sencillamente, es imposible encontrar un lugar donde ubicarlo en el espacio físico de nuestra vida y hay que esperar para hallarlo, nuevamente. Cuando un santuario particular es preso de cualquier circunstancia como las que acabo de relatar, es cuando hay que inhalar más insondablemente y resguardarlo de cualquier perversa intromisión. Incluso cerrarlo a cal y canto, si es necesario. Ya habrá tiempo, siempre lo hay, para volver a abrirlo y dejar entrar en él, solo a quien nos apetezca y le apetezca. Solo a quién entienda de qué se trata y lo que se cuece en éste. Un santuario particular, es todo lo que hace falta para sentirse libre cuando la realidad oprime de alguna forma. Es todo cuanto necesita un ser humano para sobrevivir de sus fantasmas y del de los demás. Un santuario particular, es como un buen medicamento sin química ni efectos secundarios que nos cura lentamente de todo lo que nos aqueja y no cuesta dinero. Como máximo, no dejará que lo ganemos. Recomiendo un santuario particular donde pueda crecer la imaginación y los malos hálitos evolucionen en generosos querubines que nos guarden y eleven transitoriamente. Si no lo encuentras, sigue buscándolo, seguramente, está muy cerca y dispuesto solo para ti.
Subscriure's a:
Missatges (Atom)