El muchacho se esfuerza en gustar. Procura no acabar como una de sus víctimas, sacrificados de sus pensamientos y declaraciones e inmolados para llenar espacio y reafirmar dudosos conceptos. Sin duda, el muchacho tiene recursos para convencer a las personas, porque sabe, que muchas personas, cuando las festejan con los mejores lugares y les convencen con jugosas conversaciones, trascendentes en apariencia y profundas en su contexto, caen de cuatro patas aun sabiendo, en el fondo, que no deberían. Tanto da que la relación sea de amistad o familiar. El alto y el bajo mundo, se basa en una serie de cortesías que funcionan aunque todo lo demás no funcione. Y estas marcan las relaciones, las influencias y el tráfico de contactos más allá de lo previsible y de estorbos. El muchacho, es listo, más que listo es inteligente, a veces genial y otras veces, como es de esperar de la genialidad, cruel. El muchacho dispone de una situación económica-familiar distinguida, cosa que facilita esta generosidad, aunque no necesariamente. No es lo mismo ofrecer una cena a base de embutidos selectos y vino tinto, que ofrecer un viaje a Roma. No es lo mismo regalar unas flores a tu suegra que unas cuantas noches en el Lutetia de Paris. No es lo mismo. La flores, se marchitan por muy encantadoras que sean y su encanto dura lo que duran ellas frescas y bellas. Una estancia en un hotel de primera clase, dura algo más y mientras, se puede observar, si es posible observarlo, lo que resta muy oculto incluso para los geniales. El muchacho, sabe como agasajar y lo hace por generosidad y para seducir, porque sabe que se puede embrujar y castigar a alguien a través de sus seres queridos, tal vez, mucho antes que hacerlo directamente. Sabe, el muchacho, que se puede arribar por tierra, por mar y por aire a los corazones, y opta por llegar a través de la belleza porque la sabe y la puede conseguir. El muchacho invoca un mundo perfecto porque él lo ha vivido casi perfecto si no fuera porque la evidencia le muestra que no lo es. Tiene las bases para conseguirlo, tiene los detalles del camino y las herramientas. Lo intenta y hasta ahora lo consigue. Pero, y a pesar de todo, el muchacho no tienen ni la más mínima idea de que un día, sentirá la angustia inevitable. Una angustia que cree adivinar pero no sospecha ni de lejos. La angustia y su trato, no vienen indicadas en la guía Michelin ni se pueden soslayar con más o menos dinero. La angustia de que hablo, es innata en los pobres y en los ricos, está instalada en la mediocridad y en la gentileza, cuando esta se apodera del padre de un joven ansioso de vivir, o de una joven enamorada. Esta angustia, no es una invitada, es una extraña que se presenta sin más en tu casa, invade tu corazón y modifica tus prioridades. La angustia a la que me refiero, no se salda con flores ni con maravillosos paseos en canoa. La angustia, que indico, se instala más allá de donde estés, más allá de con quien estas y mucho más allá de con quién creas que estas. Es amor en mayúsculas. Es el amor benévolo que tanto cuesta de entender hasta que no lo afirmes en tu propia carne, y puede que sea, también,el más ciego de todos los amores. Y por esta angustia se disimula, se accede, se hace y deshace, se dobla cualquier voluntad más allá de la razón y del corazón. El muchacho cree reconocerla, pero le queda mucho que vivir antes, mucho que reír y sollozar, mucho que disfrutar y resistir, de permitir y de negar antes de saberla y conquistar.
Arts gratia artis
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