la cola de la fortuna

Curioso espectáculo es, ver colas que hacía años no se veían en las administraciones de lotería. Un decimo, ahora, cuesta 6 euros cómo mínimo. O sea, mil de las antiguas pesetas. No recuerdo qué valían antes porque pocas veces lo compraba, a no ser en Navidad. Pero, si recuerdo que mil pesetas daban para bastante. Por ejemplo, con un billete verde, podías comprar comida para un par de días, o un fantástico pastel en Vives, el mismo que hoy cuesta 18 euros. También llegaban para un par o tres de libros, para ir a la peluquería del barrio, o para siete desayunos en tu bar preferido. ¿Qué haces con 6 euros, ahora? Y no hablo de tiempos extraños y lejanos, hablo de hace nada, de tiempos que aún permanecen tibios en la olla de la memoria. Hay largas colas, dicen los que las recuerdan, como en épocas muy lejanas. Como si aferrarse a la suerte fuera más sencillo que hacerlo al ahorro, o al atrevimiento, o como si no fuera tan pesada la cruz de esperarla cada semana, y porque ahorrar 6 euros, hoy, parece una minucia. Vuelven las colas de los sin trabajo y regresan las colas de desesperados que a falta de no poder vender un piso que les ha quedado grande, o un coche que nadie quiere, esperan ser agraciados por la exigua buena suerte, que de tan solicitada huye y se esconde, esperando tiempos mejores. O que se refugia en brazos de seres ya afortunados, por aquello de no llamar la atención a tanto desespero. En la ciudad, todo esto se mezcla homogéneamente. Sin demasiado ruido y sin grandes señales: los afortunados, los desesperados, la ambición y la resignación, la avaricia y la tranquilidad. Pero, sigue llamando la atención descubrir alguna cola, y que sea, precisamente, para comprar lotería. Desgracia de unos, fortuna para otros. Pues nada, mucha suerte!