Destino: La Utopía

  • Estaba pensando en la utopía. Si algo no es imposible, no es una utopía. Se puede intentar alcanzar la perfección sabiendo que es imposible, en ningún sentido, se puede apuntar alto sabiendo que el trompazo es más que posible. A eso se le llama jugar, o arte, y si es viable hacerlo cuando se asume el riesgo. No sé si la sociedad que nos ha tocado vivir en plena madurez mental y física, es una sociedad perfeccionista, no me lo parece en muchos aspectos, pero en otros, entiendo que sigue una tendencia sublime, sobre todo en lo que respecta a la apariencias. Hoy, es fácil ver como personas de tu entorno se operan los pechos, se depilan definitivamente con láser y se musculan a base de ejercicio y otras cosas más nocivas que el machacarse en un gimnasio. Es fácil conocer a alguien, sea hombre o mujer, que va dos veces por semana a una sesión de masaje o dice merecerse un fin de semana en un hotel-spa. Todo esto puede significar que entre las prioridades de hoy, el aspecto físico y el bienestar, son de las más importantes, muy por encima que entrenar la mente o el ánimo, por ejemplo, pero, también significa que a menudo, confundimos ideal con utopía. No creo que haya un ser humano que no tenga algún ideal de vida en su imaginación, tampoco creo que los ideales no estén en uso, al fin y al cabo, cada movimiento que hacemos está avalado por nuestro ideal, aunque sea nimio. Creo, al mismo tiempo, que estamos marcados por las tendencias que nos marcan desde fuera, sea de forma directa o no, sea de forma gradual o agresiva. No hay quien se escape de tales influencias, aunque sea para huir de ellas. Todo esto, no quita que estemos camino hacia una perfección que no existe ni existirá nunca, simplemente, porque el ser humano dista mucho de ser perfecto. Estamos subidos a un tren que va a un lugar llamado, Utopía. No existe, pero nos quieren hacer ver que sí. Mientras subimos radiantes, exaltados, rodeados de artimañas y preponderancia a dicho tren, abandonamos en el andén algunas cosas que deberían estar resueltas mucho antes que nuestra honorable nariz, o que la defensa de toda la raza humana desamparada. Hay leyes que no se cumplen; hay legisladores ineficaces; hay cosas que nos esconden; hay trabajadores que no cumplen y otros que se exceden en su cumplimiento, hay trampas… Pero, sobre todo, y lo más preocupante, es que también en la política, hay la voluntad de alcanzar la utopía cuando no somos capaces de lograr un respetable y progresivo avance. Si las utopías no existen, no deberíamos aspirar a gobernantes ni a gobiernos perfectos. Deberíamos aspirar a qué sus políticas fueran intachables, sin más. Tampoco debiéramos anhelar tetas artificiales, ni a convertir la vida en un oasis de armonía y tranquilidad. El mundo, es como es, el ser humano, es como es, y aunque lentamente, progresamos, no cabe duda que pasamos por etapas pantanosas, aspirando a una perfección que alguien espabilado pero sin grietas en su conciencia, nos vende como posible. Entonces, subimos al tren de la Utopía, nos convertimos en vulnerables, en seres extraordinariamente manejables y, dejamos de ser, eficazmente razonables.