Falta, sobra, urge

Lees un artículo que corresponde al Avui, de Salvador Sostres. No hace falta justificarte. Lo lees casi cada día porque te gusta lo que escribe y muchas veces, incluso, te divierte y otras te enfada, pero nunca te deja indiferente. Te hace reflexionar, además, en lo que hay de excesivo y en lo que hay en el poso de esta amplificación como norma por contemplar a un país y a sus ciudadanos. Hay mucho de literatura, de afición por explicar y hay un apasionado trabajo detrás. A veces, hay más intención cuentista que realista y es cuando te divierte, y la ponderación casi siempre está postergada aunque está implícita. Quien escribe, extrema su postura con lo que provoca una vuelta al centro del concepto. Pero cuando dicho extremo está construido para derrochar información, de manera generosa y gratuita, lo acoges de la misma manera y te dedicas a cavilarlo un poco más allá de lo que harías si fuera interesado. No hay exageración en el contenido de sus relatos, hay una refinada manera de exagerar aquello que expresa y en el fondo hay verdad y en el fondo hay represión. La realidad también reprime el pensamiento y lo limita al hecho sin que puedas especular honestamente más allá, aunque lo desees vehementemente cuando pretendes un mundo utópico, o algo más siniestro. Las cosas son como son, y las cosas en algunos lugares han dado un ligero, pero, decisivo paso atrás. No hablo de economía, hablo de licencias no plausibles y de falta de respeto. De mucha falta de respeto:



  • “Al carrer Enric Granados, 135. Afrancesat bar que es diu Bon. Demano un suc de taronja i una d'aquestes noietes parisenques, alta i seca i de depilació escassa em diu que li parli en espanyol perquè som a Espanya. Telle quelle. No vol donar-me el full de reclamacions i telefono immediatament als Mossos d'Esquadra, que cal dir que atenen la meva queixa amb promtitud i de seguida arriba una patrulla a restablir l'ordre per la via d'obligar-los a donar-me els fulls de queixa. Tot té un límit. (…) “

(Es el número 135 de Enric Granados. Afrancesado bar llamado Bon. Pido un zumo de naranja y una de estas chicas parisinas, altas y flacuchas y de escasa depilación me dice que le hable en español porque estamos en España. Telle quelle (tal cual). No quiere facilitarme la hoja de reclamaciones y llamo inmediatamente a los Mossos, que hay que decirlo atienden mi llamada con prontitud y enseguida llega una patrulla a restablecer el orden por la vía de obligarlos a darme la hoja de reclamación para poder exponer mi queja. Todo tiene un límite. (sigue) )
.........................................................................................................................................


En este párrafo no hay nada de exagerado, hay una realidad que han generado algunas mentiras y el extremo no lo marca quien escribe, lo exhibe quien se sostiene en una excusa y aprovechando la falacia, se convierte en la intransigencia a la que hay que limitar. Es la camarera parisina quien cae en la desfachatez. Esto, y mucho más ocurre hoy en Barcelona, sobretodo, y es algo que no ocurría hace diez o quince años atrás. Cuando actitudes atrevidas e ignorantes como la de esta camarera, empiezan a ser norma, es lógico pensar que puede haber una reacción. No ha de haberla, necesariamente, como para cambiar algunas cosas, pero, si para preocuparse de lo que falta y de lo que sobra y prepararse para combatirlo. En este caso, lo que falta es mucho respeto porque alguien se ha dedicado a contaminarlo y otros suben al carro de la negligencia encantados, y en este caso, lo que sobra es prudencia, sensatez y paciencia que han dado paso a la insolencia. Pero, todo tiene un límite.