Hay lugares en el mundo que no nos llaman, que no viajaríamos hasta ellos sin saber decir el porqué. Los hay también que nos han atraído y desencantado, y otros que recién abandonados ya sentimos añoranza de ellos. Quizá tú tienes decidido cuál es, yo también.
Cuando vas a Paris (antigua Lutecia) por primera vez, te sobrepasa. Te impresiona su grandeza y la anchura de sus bulevares, plazas y calles, la magnífica extensión de sus parques y jardines. Estás en una ciudad en la que cuesta decidirse por dónde comenzar a moverse y tienes muy clara la sensación de que no podrás asimilarla completamente. La segunda vez que la visitas empiezas por recorrer los lugares que te han sorprendido y a buscar los que te han recomendado. La tercera, empiezas sin angustiarte por donde tú has elegido e intentas cumplir con el recorrido aunque sabes que es imposible efectuarlo saboreándolo al mismo tiempo por lo que decides dejar para otra ocasión los lugares que están al final de tu lista y absorberte de los que vas descubriendo. A partir de ahí, si regresas a Paris es porque te estás enamorando de esta ciudad y si vuelves más veces es que el enamoramiento se ha convertido en amor incondicional y definitivo...
Vienes a Paris esta vez sin un plan definido y los que te acompañan tienen uno primordial: Asistir a la final de básquet en el Paris-Bercy. No has querido ir porque hacerlo significaba invertir dos tardes enteras en este estadio y el baloncesto, aunque juegue el Barça, no te gusta tanto como para perder tanto tiempo estando en el lugar que estas. Esta vez, el único plan que nadie puede sesgarte es el de intentar encontrar la Rue Vaneau.
Repites el museo del Louvre y ves las salas donde se exponen los cuadros que no vistes la primera vez. Algunos de la escuela italiana, otros de pintores franceses y algunos de pintores españoles conocidos en boca de otros pero que nunca has podido apreciar de cerca: Goya, Murillo, Velázquez….Vuelves a ver la Mona Lisa, y hace poco has pasado al lado de la famosa Victoria de Samotracia, siempre rodeadas de turistas cual paparazis inmortalizándolas en sus pequeñas cámaras. Te detienes de nuevo ante La Libertad guiando al pueblo, de Delacroix y lo haces un buen rato delante de la colosal obra de Veronese, Las bodas de Caná . Recorres todas las dependencias de las secciones Richelieu y Denon y te paras ante algunas esculturas romanas y griegas, y un poco alejada, miras sin comprender el porqué tanta gente se amontona ante la Eros y Psique de Canova, (otra vez con sus pequeñas cámaras) retratando y dejándose fotografiar al lado de la escultura, y sientes que ya tienes suficiente por hoy después de 4 horas de museo. Ayer, de la mano de un casi ducho en arte y animada `por una amiga, estuviste en l’Orangerie y te han maravillado Les Nympheas de Monet y has descubierto a Maurice Utrillo que plasmo su Paris contemporáneo enfocándolo en el barrio de Montmatre. Has paseado largo tiempo por delante, detrás y al lado (nunca arriba) de la Tour Eiffel, otra vez has rodeado Les Invalides a pie y entrado en Notre Dame. Has tomado un costoso café en la terraza del Flore y saboreado un steak tartare en Le Galvacher. Has conocido la Iglesia de Saint Sulpice y observado su línea de latón en el suelo que sigue paralelamente los meridianos de la Tierra extendida hasta su obelisco sin entender nada. (Dicen que, en los equinoccios (21 de marzo y 21 de septiembre), al mediodía la luz toca un plato oval de cobre delante del altar y que esto sirvió para realizar mediciones científicas, salvando a la iglesia de ser destruida en la Revolución francesa). Te queda mucho por ver pero esta vez has visto más cosas porque el metro en Paris es otro lujo que hay que probar. Solo te quedan por hacer un par de comidas en la ciudad, pasear de nuevo por la Place des Vosges y encontrar el paradero de la rue Vaneau. Lo buscas en internet porque el conserje del hotel, a pesar de informarte que el jardín de Matignon no está abierto al público porque pertenece a la residencia del primer ministro, no sabe indicarte donde está la calle que si está en el libro que sigues leyendo. Es una referencia, al menos, y es la que te sirve para dar con la calle en internet. ¡Oh la la, está a solo unos minutos del hotel! La misteriosa calle de Vila-Matas, existe. Y cohabita en ella, aún, un cierto aire de enigma al que se refiere el autor. La recorres porque no es muy larga y poco a poco topas con el Hotel Suède, donde se hospeda el protagonista de la historia; al lado, encuentras la misma farmacia Dupeyroux donde compraba sus aspirinas francesas. El apartamento donde se instaló Karl Marx y en el que nació una de sus hijas un 1 de Mayo. La mansión lúgubre y secreta donde cada noche se percibe movimientos extraños a través de sus ventanas tenuemente iluminadas; las casas de los dos escritores franceses, Green y Gide; la embajada de Siria, en el número 20 de la misma rue Vaneau, y la mansión de Chanaleilles , en la que se instaló Antoin de Saint Exúpery en 1931 y que años después compró el multimillonario griego Niarchos. Ya puedes irte de Paris satisfecha. Te queda mucho que ver pero solo unas horas para partir en dirección a casa.
Paris, es una ciudad siempre dispuesta para ser contemplada y para sorprenderte a cada paso que des. Es una ciudad disciplinada, orgullosa de serlo que brinda autonomía y solicitud. Un día quizá te enamore y después te encadenará a ella para siempre.
2 comentaris:
Yo también he sentido nostalgia al leerte, si vas otra vez o vamos:), me encantaria repetir el museo Dórsay, la visita a la Sainte Chapelle, con sus maravillosas vidrieras que es un espectáculo cuando pasan a su través los rayos de sol, cómo no Montmartre, con su plaza de pintores (volvería a dejarme pintar), y una vuelta por la plaza Vandome, pasando antes por tomar un cafe (sólo un café, que el presupuesto no daría para más) en el Ritz. Me alegro que te gustara el I´Orangerie. Ya sabes como siempre, un beso enorme. Valle
Me quedó pendiente el museo de Orsay, no llegue, no pude. Siempre queda algo pendiente en Paris. Buena idea la de "vayamos".
Un beso y gracias por el comentario:)
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