"Bon dia, Catalunya. Bon día i una cançó"
Desde Radioscope, cada mañana saludaba en catalán y abría su programa haciéndome creer que aquel idioma, que era el suyo, el mío y el de todos, no solo era digno, sino que además sonaba fuerte, divertido y estaba aceptado conscientemente porque Escamilla lo utilizaba desde la radio, mucho más que normalmente. Días de cama y anginas que se repetían y mutilaban horas de patio y de clases, días de cama y días de excesivos cuidados, de mimos, días de cama que se enlazaban con días de bufanda y jarabe y me alejaban de excursiones, baños de piscina y juegos en la calle. Pero días también de lectura, de radio, de compañía y de descubrimiento de personajes que Escamilla , pensó, merecían un espacio y una oportunidad. Y nos la ofreció desde su ventana abierta al futuro, al riesgo y acompañada de un claro mensaje, el optimismo.
Hace unos meses un amable lector escribió un comentario en este blog, donde me decía que yo era una mujer con suerte y no me había dado cuenta. Esa afirmación me inquietó y ahora, pasados los meses, debo darle la razón. Soy un ser afortunado.
Vivo de mi vocación y, además, el ejercicio de la misma me ha dado la oportunidad de trabajar con sabios maravillosos, seres completos por su implicación y sobre todo por su valentía al pregonar a los cuatro vientos verdades que para algunos pueden resultar incómodas.
Permítanme que hoy les hable de alguien que me ha enseñado a ser más valiente y sobre todo que me ha mostrado que hay otra realidad que no es la oficial y que ésta es mucho más genuina de lo que resulta políticamente correcto.
sigue...http://www.lavanguardia.es/lv24h/20080320/53445875030.html
La foto en la que England sujetaba a un preso iraquí desnudo atado con una correa como a un perro se convirtió en una de los símbolos de la infamia. "Supongo que soy un símbolo de esta guerra. Desafortunadamente", dice. Hoy, la joven reconoce que los abusos infligidos a los detenidos fueron tortura. "No sólo tortura sino una humillación". Obedecer órdenesPero England huye una y otra vez de la admisión de culpa. Cuando le preguntan si mirando atrás se avergüenza, responde con un largo silencio. "Para ser honesta, nunca me he sentido culpable porque obedecía órdenes", afirma England, que vive con sus padres en una caravana, tras cumplir en prisión 521 días de los tres años a los que fue sentenciada. Se escuda en que cualquiera que no haya estado allí no puede entender el contexto. Además, la soldado obedecía a su entonces amante y padre de su hijo: el sargento Charles Graner, el condenado de mayor rango en el caso Abu Ghraib."Seguía a Graner. Hacía lo que me pedía. No quería perderle", arguye la entrevistada, que insiste en que los superiores a cargo de la prisión -pertenecientes a inteligencia militar y la CIA- les instruían en técnicas para "ablandar" a los prisioneros e incluso felicitaron a Graner por el "buen trabajo". "La unidad que vigilaba Abu Ghraib antes que nosotros hacía lo mismo. Nadie dijo nunca ‘no toméis fotos' o ‘que no os pillen", explica. "Ocurría por todo Irak. Nuestros sargentos lo sabían, y todavía creo de veras que Rumsfeld sabía lo que pasaba. ¿Cómo podía no saberlo? Y Bush? Él era el jefe", añade.England no duda en echar la culpa a la prensa. "Me siento mal por lo que hice , pero no se habría convertido en lo que es en todo el mundo si no lo hubieran filtrado a la prensa". ¿Por qué sonreías en la foto de la pirámide de humanos, qué era tan gracioso?", le preguntan. "Sabrina Harman hizo la foto. Nos dijo ‘Sonreíd a la cámara', y eso hice".Precisamente Harman, autora de esa foto y de centenares más de los abusos de Abu Ghraib, es el foco de un reportaje de la revista The New Yorker, también publicado esta semana. La soldado era, según sus compañeros, "demasiado buena para ser soldado". "Sabrina no mataría a una mosca", decía su responsable directo, el sargento Joyner.Harman quería ser policía como su padre y, fascinada por la fotografía forense, no tardó en tomar cientos de fotos de lo que ocurría en Abu Ghraib, según ella, porque era difícil de creer. "No me creerías si no te lo enseñara. El impulso era enseñar lo que estaba pasando, lo que estaban permitiendo que pasara", dice.En sus cartas, Harman pasó de considerar algunas humillaciones "divertidas" a admitir que "están yendo demasiado lejos" y que no puede digerirlo. "Ambas partes de mí, la militar y la civil, la dura y la blanda, veían que estaba mal". Para sobrellevarlo, "el único modo es bloquearlo. No puedes sentir porque te vuelves loca, así que lo apartas de un plumazo", afirma."Hice fotos de todo lo que vi mal. Cada corte y rozadura. Rodillas ensangrentadas, muslos amoratados en la zona genital". Cadáveres. Y presos en posiciones humillantes. Sus fotos -en algunas de las cuales ella sonríe- dieron la vuelta al mundo. Fueron la prueba para impartir condenas. Nadie ha sido condenado por abusos que no hayan sido fotografiados.
No deberíamos, por nuestro bien y el de quienes amamos, quedarnos instalados en una única idea, en una sola imagen, en un solo lugar ni en una sola persona. De hacerlo, sufriremos nosotros y haremos sufrir más de lo necesario a quienes nos aman y necesitan temporalmente. No hay nada más destructivo y punzante, incluso si pensamos que es el gran amor que nos inspira a tal inclinación, que el sentimiento de dependencia que nos desvía de la realidad y nos conduce a la anulación de nuestro yo y nos aleja del intento de distinguir muchas y diversas posibilidades de nuestro alrededor.
Apasionarnos, impacientarnos, dudarnos, enrabiarnos, todos sabemos lo que es y todos podemos controlar estas emociones que aunque humanas y lógicas todas, no son más que descargas pasajeras que casi nadie nos ha enseñado a controlar adecuadamente o a tiempo y que llevadas a extremos, no hacen más que dramatizar un aprendizaje ineludible. Enseñar a pensar no es nada fácil, aprender a pensar es mucho más complicado todavía. Pero nada de las dos cosas se encuentra lejos de nuestro alcance y es por ello, solamente, que vale la pena intentar hacerlo y hacerlo bien.
No hay formulas mágicas para pensar bien, hay formulas que ayudan y ayudantes que lo hacen responsablemente. También hay errores, algunas veces bellos errores que efímeramente nos puede parecer una ayuda pero que simplemente nos acompañan en esta especie de paralización emocional en la que solos, nunca deberíamos olvidarnos de ello, y creyéndonos velados por un sentir superior y digno, hemos decidido instalarnos.
Y como las formulas para desinstalarnos de lo que nos hace dependientes a una idea, a un lugar o a una persona, no son mágicas ni siempre detectables a simple vista, habrá que dejar que sea el tiempo quien nos ayude a encontrarlas o nos las ofrezca mientras vamos aprendiendo el duro trance de lo que significa resistir.
Si hemos resistido a la pena de un abandono, si hemos resistido al desasosiego que sentimos al alejarnos de algo o de alguien, si hemos aguantado la decepción que significa distanciarse de una idea que nos ha tenido atados fugaz o prolongadamente en un tiempo, descubriremos dos cosas, una, es que hemos sabido confiar en nuestra fuerza y en la de otros; la segunda, que hemos crecido y que crecer nos aporta tranquilidad y paz. No hay formulas garantizadas que nos aporten al menos, rápidamente, dicha seguridad y nos ofrezcan a la vez que descansamos en ella, nuevas ganas de experimentar sucesos y capacidad para, de nuevo, sentirnos encantados y poder disfrutar de emociones extraordinarias que son, al fin y al cabo, las únicas que nos hacen sentir totalmente vivos, pero una primera formula seria entender cuanto antes mejor, que estos contrapiés, los ya superados y los que nos quedan por superar, no los hemos descubierto por primera vez nosotros ni están ahí únicamente para nuestro goce o desdicha, si no, que se han cruzado en nuestro camino para darnos la oportunidad de aprender algo, cualquier cosa, imposible de adivinar en el momento que la vivimos, que nos será útil en nuestro futuro porque éste será, al fin y al cabo, será, ni más ni menos, la lección que nos está brindando nuestro presente. Nada menos que un cúmulo de situaciones, lugares y huellas humanas establecidas a nuestro gusto y criterio, pero, todas transitorias, con el único propósito de enseñarnos a vivir, a comprender, a traspasar vallas hasta poder alcanzar la sabiduría necesaria para hacer el gran salto a un abismo, quizá por fin, satisfactiorio.
Para enseñar a pensar y aprender a hacerlo, no hay fórmula maravillosa ni infalible, solo existe la posibilidad de conseguirlo a base de un duro entreno. Entrenarnos en el arte de hacer, de pensar y de soltar, en este orden. Y tener en cuenta que en el momento de soltarlo, por más que duela hacerlo, cerramos una ventana y abrimos otra a la lección, a la calma y de nuevo a una mano abierta que nos hará y será nuestra compañía. Nunca nuestra salvación.
Cuando un ser querido sufre, sufrimos, pero, mejor o además de sufrir con él, será mejor que intentemos pensar y hacerlo bien porque él no puede en éste momento.
Bon día
El mayor experimento del mundo
”.
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Dos de Juan González
TINTA
Mi otro abuelo
estuvo preso en Oviedo.
En la cárcel provincial.
Después de la guerra.
Todas las mañanas
colgaban una lista
en la puerta de entrada de la cárcel.
En esa lista estaban escritos
los nombres y los apellidos
de todas las personas
a las que el día anterior
habían puesto contra el paredón
dado muerte
mediante garrote vil.
Imagínate a tu abuela
me decia mi padre,
sin saber leer ni escribir,
conmigo en brazos,
preguntando a gritos
a las otras mujeres
si tu abuelo se había convertido
en tinta.
LÁGRIMAS
Mi mujer no me pone las maletas en la puerta,
me ayuda a meterlas en el maletero del coche.
a los 8 años de habernos casado,
Mi mujer y yo decidimos separarnos legal
mente.
Yo me voy a vivir a la aldea,
a una panera del siglo XVII.
Los primeros días, por las noches sobre todo,
la soledad descuelga el teléfono
y marca el número de mi ex.
Al oír su voz no puedo contener las lágrimas.
Al oír mis lágrimas tampoco ella puede contener las suyas.
Así que nos pasamos la mayor parte del tiempo
llorando.
Luego, poco a poco, muy lentamente, voy acostumbrándome
a convivir conmigo mismo.
Mi ex y yo seguimos hablando por teléfono regularmente.
Nos hacemos amigos.
Ninguno de los dos vuelve a llorar.
Hoy, he ido a ver a María. Hacía casi tres años que no hablábamos pero no hacía tres años que no pensaba en ella. A menudo pienso en ella. Fue hace un mes más o menos, que la vi de lejos por el Passeig de Gràcia andando con otra mujer, seguramente su hija, pensé. Si hubiera ido sola, hubiera corrido hacía ella para saludarla y darle un abrazo, pero no lo hice. Yo, estaba a varios metros de ellas, ella, no me vio y no quise importunarlas a ellas ni entorpecer mi camino para hablar rápido y en la calle. Fue a partir de aquel día que la vi desde lejos, que me propuse no pasar muchos días y llamarla. La semana pasada, después de hablar con Joan, cayó la gota que colma el cacho y antes de doce horas la estaba llamando. No llamé a su móvil, llamé a su consulta para hablar antes con su secretaria y pedir hora. Siempre, hasta hoy, cuando había ido a hablar con María no había pedido hora de consulta, simplemente la llamaba y quedábamos un día para comer, desayunar o tomar un café mientras nos explicábamos cosas mutuamente. Me gustaría conocer qué interés mueve a una mujer como ella hacia alguien como yo. No es que ahora vaya a rebajarme falsamente, pero no quiero presumir hipócritamente de una relación que limito con celo en cierto modo porque de intensificarla intuyo que estropearía, así que no he comprendido nunca su entusiasmo por mantener contacto conmigo, aunque sea esporádicamente, porque considero que no le aporto nada, absolutamente nada más que mis dos oídos para escuchar y mis dos ojos para mirarla y eso sí, mi completa atención y sentida veneración. Cosa que pensándolo mientras escribo, no es un sentimiento frecuente en mí. Decidí pedir hora para responder como una paciente más el tiempo que quería consumir con ella y así lo quería dejar claro y así lo ha entendido. María, es una mujer culta, tiene amigos y amigas en el mundo del teatro, en el intelectual, tiene amistades que la deben enriquecer lo suficiente. Siempre que estoy con María, me esfuerzo en no mostrarme como una mera paciente. Una, porqué no lo he sido explícitamente nunca, si su alumna por un breve espacio de tiempo, el suficiente para ensamblar un sólido lazo que por mi parte siempre estimaré de manera muy especial, dos, porque aún no he recurrido a ella cuando se trataba de mi, cosa que hoy ha aprovechado para recordarme casi a modo de reproche. Confieso que tenía cierto reparo en este encuentro, más que nada porque fui yo la que puso la distancia de casi tres años desde el último encuentro y no podía saber cómo me recibiría. Al fin y al cabo, ella es psicóloga y ante una mujer que además es psicóloga, no puedes dejar de imaginarte observada y víctima de un, aunque sea ligero, diagnostico. La última vez que la llamé fue a causa de la muerte de su marido. Me enteré por la radio y por la prensa y una vez transcurrido el tiempo suficiente para no agobiarla, la llamé para darle mi pésame y pasar un rato juntas. Me afecto mucho la muerte de su marido por ella, ya que no le conocía personalmente. Justo unos días antes de la súbita muerte de Pep Muntanyés, coincidimos con ellos en el LLiure. Igual que hace un mes, no me acerqué a ellos ni ella me vio así que decidí aquel día también, no interrumpir su momento de intimidad porque además no me interesaba especialmente. María y yo, nos conocimos en un lugar lejos de los maridos, de los hijos y demás cuestiones personales y lo que nos unió después de aquellas breves y castradas clases, fue otra cosa, fue admiración y reconocimiento por mi parte que honré hasta la lealtad en momentos complicados y, por su parte, intuyo que en un principio, gratitud. Como siempre, ha estado encantadora. Y cuando yo me refiero a alguien que me parece encantador, no me refiero a alguien que sonríe siempre, que siempre ríe o te dice lo que deseas oír, no me refiero tampoco a alguien que se desvive en el trato hacía ti o que te ofrece el oro y el moro. Cuando digo que ha sido es y será encantadora, simplemente intento decir que de una manera sencilla, relajada y clara, María sigue abriendo puertas. Hoy, después de casi treinta y seis meses, también.