Todo esto viene a cuento de un documental que vi, sobre testimonios de supervivientes de la guerra civil, y me ha arrastrado a conversaciones pasadas, que pretendían modelar aquel tiempo y enunciarse en el presente. La conclusión general, es para ellos, clara : Aquello fue una prueba, con nosotros de cobayas, de algo que no ha de volver a suceder.
Los escuchabas en sus tertulias, atenta, sin entender muchas cosas pero intentándolo. Contaban su pasado, y disfrutaban de su presente, casi siempre, sin inmiscuirse en la vida de sus hijos, de sus hermanos o amigos. Simplemente, eran, en el tiempo que habían hallado de más. A veces, alguno, expresaba que bajo la dictadura no habían vivido tan mal, y tú, no entendías el porqué de tal desbarro. En ocasiones, abrías evidencias para expresar lo equivocados que estaban. ¿Y los crímenes, y la falta de oportunidades, vuestra parvedad y nuestro futuro? No recuerdas que nadie rebatiera tus argumentos, sin embargo, sí te acuerdas de sus indulgentes miradas hacia estos.
Hablas, de gente solícita a la que solo le hace falta tener un trabajo para poder ocuparse. De gente sencilla, y la gente sencilla, entonces, estaba entregada a su familia y a su quehacer. Te refieres a personas humildes que con mucho esfuerzo, por fin, llegaban a la vejez sin información, sin estudios y sin rencor, habiendo sobrevivido a una guerra en la que, en un bando o en otro, tuvieron la obligación de resistir. Unos, con más fortaleza, otros, con peores recuerdos y menos disculpas, todos, en el fondo, celebraban vivir en paz. A su manera, como si fuera ayer, vertían serenamente sus frustraciones en lo que, entonces, entendías como batallitas y, ahora, pagarías por volver a escuchar. Eran, gente físicamente fuerte porque pasaron hambre y miseria, y eran forzosamente escépticos porque pasaron recelo y miedo. Final y decididamente, eran gente feliz porque todo lo que ahora disfrutaban lo juzgaban como un regalo tras haberse redimido de distintas ofensivas libradas desde tierra, mar y aire. Lo que más necesitaban era un respiro, lo que más les urgía era olvidarse del Ebro y de Cabra, de los Fiat y los Chutos, y lo que menos solicitaban era volver a empezar. Habían enterrado a familia o amigos, levantado su casa y derribado los excesos, se habían sostenido en su energía y desperdiciado en sus utopías. ¿Qué les ibas a contar que no supieran? Las habían visto de todos los colores y dimensiones, tu discurso, lo habían escuchado muchos años antes que tú lo soltaras cegada por la ignorancia de no haber conocido jamás la dimensión real de lo que constituye la escasez y el malestar.
A menudo, piensas en como seria hoy su mirar, si la naturaleza, magna, pero, más implacable que un proyectil, no les hubiera retirado definitivamente. Te cuestionas si aquella gente, de inundas tertulias y pocas ligerezas, que por asimilar, hasta habían asimilado a un tirano, habrían sido capaces de conectar en una sociedad que todo lo pretende y nada soporta, que vive en democracia, sin suspicacia ni apetito, y con más intereses que agallas, y dudas si la juzgarían, en sus tertulias o en su mirada, como buen puntal de lo que jamás debería volver a ocurrir.